II Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Mateo 17, 1-9: El peligro de la rutina

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Y los llevó a ellos solos a un monte alto, y se transfiguró ante ellos, de modo que su rostro se puso resplandeciente como el sol y sus vestidos blancos como la luz... Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús: Señor, qué bien estamos aquí” (Mt 17, 1-4)


¡Qué bien se está cuando se está con Dios! El alma se llena de gozo al saberse en su compañía. La oración es eso, pero al ir a orar es necesario tener el alma dispuesta, sin manchas de temores o rencores, y mucho menos manchas por estar alejados de Dios. Pero aunque nada de eso hubiere, la oración puede ser costosa por el enemigo de la rutina. La rutina respecto a la oración consiste en no admirarse de estar en la presencia de Dios, sino en considerar sólo lo que tiene de inmediato y externo: su duración, su repetitividad, su dificultad. Los apóstoles estaban con Jesús a todas horas y estaban como acostumbrados a estar con Él, pero en el momento de la transfiguración se dieron más cuenta de que Jesús no era sólo un hombre, sino Dios; y d

e una manera sensible se percataban de que la Ley y los Profetas –la doctrina y la moral– tenían mucho que ver con Él.
Todo cobra su verdadero sentido en la oración, porque en ella valoramos la cercanía de Dios respecto a nosotros –que no somos dignos de estar en su presencia–, nos conocemos más a nosotros mismos y vemos toda nuestra vida con ese sentido que da la fe. La oración, entonces, no se hace larga, porque es grande el amor.


Que no me acostumbre a tratarte, Señor; que considere cada día como una oportunidad única en la que puedo hablar con mi Creador, con mi Redentor, con la Bondad infinita que me mira con infinito cariño y espera mi mirada. Oh Espíritu Santo, infunde tu amor en nuestros corazones para que no nos acostumbremos a movernos entre las cosas santas –que son los sacramentos–, entre los santos –mis hermanos– y ante el que eres tres veces Santo. Aparta de nosotros la rutina en la piedad, que es como el acta de defunción del alma contemplativa. Auméntanos la Fe, la Esperanza y la Caridad para que te podamos amar más y mejor.