Domingo de Ramos, Ciclo A

Juan 11, 1-45: Dios nos ama

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Pedro insistió: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré. Todos los discípulos dijeron lo mismo” (Mt 26,35)


Los apóstoles no habían conocido a nadie como Jesús. Estaban entusiasmados y dispuestos a ir con Él a Jerusalén y a morir si hiciera falta. Hoy consideramos en el evangelio de la misa la Pasión de Jesús, y entre esos sucesos, el abandono de sus amigos, porque en su idea del Mesías latía una esperanza de triunfo humano, de pertenecer a un reino temporal, y no querían entender que ese reino supusiera renuncia; no sabían que la salvación pasaba por la muerte de uno mismo, y sobre todo por la muerte del Mesías.


«Amigo, ¿a qué has venido?», preguntó Jesús a Judas cuando le entregaba, ¿por qué me seguías como discípulo?, ¿acaso porque ibas a ser rico y a triunfar? Y la misma pregunta podía haber hecho Jesús a Pedro o a los demás. ¡Qué lejos estaban entonces de no negar a su Maestro y dar sus vidas por Él!


También hoy nos pregunta a cada uno que pensemos a qué hemos venido a la Iglesia, por qué le seguimos; ¿acaso porque nos encontramos bien, porque hay reuniones que nos satisfacen, porque así estamos bien vistos? Pues por esas razones humanas, tarde o temprano acabaremos por separarnos de Él. A veces ser cristiano costará, porque hay que dar la cara, porque hay que hacer cosas que no están de moda, porque no están bien vistos los cristianos entregados. El secreto de los mártires –y todos aquellos apóstoles luego fueron mártires– consistió en seguir a Jesús sin esperar nada, su entrega fue una renuncia a sí mismos. Ser mártir no se improvisa; hace falta haberse ejercitado al cabo de muchos actos de entrega y de mortificación.


Dame, Señor, entender que he de morir contigo a lo mundano, que no he de vivir más que para Ti y para tu gloria, que vale la pena dejarme la vida cada día, aunque algunas veces se haga presente la pena, la Cruz. Que entienda de qué se trata, que yo Te entienda, y sepa –como Tú– que el Padre no abandona a quien se abandona en Él, y que será después, en el cielo, donde reinaremos contigo.