VI Domingo de Pascua, Ciclo A

Juan 14, 15-21: El Santificador

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Yo le pediré al Padre que os dé otro defensor, que esté siempre con vosotros, el espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis porque vive con vosotros y está en vosotros” (Jn 14, 16-17)


Jesús afirmó que en Él se había cumplido lo profetizado por Isaías: el Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido (Lc 4,17). Más adelante dijo que convenía que Él se fuera para que viniera el Espíritu Santo sobre cada uno de los cristianos. En el Bautismo y en la Confirmación somos ungidos, y el Espíritu de Jesús nos eleva y transforma ontológica y existencialmente: nuestra inteligencia, nuestra voluntad, nuestro cuerpo; en una palabra, todo nuestro ser humano es divinizado. Por eso, cuando un cristiano desempeña con amor cualquier acción que parece intranscendente, aquello rebosa de la trascendencia de Dios.


«Cristiano, reconoce tu dignidad. Puesto que ahora participas de la naturaleza divina, no degeneres volviendo a la bajeza de tu vida pasada. Recuerda a qué Cabeza perteneces y de qué Cuerpo eres miembro. Acuérdate de que has sido arrancado del poder de las tinieblas para ser trasladado a la luz del Reino de Dios». Con estas palabras de san León Magno comienza la tercera parte del Catecismo que lleva por título “La vida en Cristo”.


La vida del cristiano ha de ser una imitación de la vida de Cristo, viviendo según el Espíritu Santo –que es el Espíritu que moraba en Jesús y le guiaba– y también a nosotros quiere conducirnos. ¡Fuera las obras de la carne!, como dirá san Pablo, fuera el pecado y todo lo que desdice de la nueva condición de hijos de Dios.


Oh Espíritu Santo, purifica mis ojos y mi corazón para que vea las personas y las cosas con fe, y las ame con la caridad que has derramado en mi corazón al haber recibido el sacramento de la Confirmación. Aborrezco todo pecado y quisiera valorarlo como Tú lo valoras, aborrecerlo como Tú lo aborreces. Dulce Huésped del alma, deseo que vivas a gusto en mí, sin poner obstáculos para que se haga tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Quiero lo que Tú quieras.