Solemnidad del Corpus Christi, Ciclo A

Marcos 14-12-16. 22-26: La unión del amor

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6,56)


Palabras de Jesús profundas, palabras sorprendentes, que algunos no aceptaron y se alejaron de él. Palabras impresionantes para quienes creen. Pero no son sólo palabras, no son sólo promesas que se lleva el viento. Jesús promete y hace. La Eucaristía es la realidad. Ahí, en esas dimensiones, en la rugosidad y dureza de lo que parece pan, y en la liquidez, color y olor de lo que parece vino está Él, Dios escondido, para alimento del que camina en la tierra hacia el cielo. Y de igual modo que si no se come ni se bebe, se desfallece y se puede morir de inanición, si no tomamos este alimento de la Eucaristía la vida espiritual languidece, si es que no está muerta.


Es el amor lo que le ha llevado a Dios a hacerse un trozo de cosa para que podamos comerle. Y es el amor lo que lleva a estar con Él y a comulgar. Te comería a besos, dice la madre al chiquitín, porque el amor lleva a la unión, incluso física; desea ser uno en el otro. Y lo que el amor humano es incapaz de realizar, Dios lo ha hecho a través de un prodigio: poder comer su carne, beber su sangre. Cuerpo con cuerpo, alma con alma. Mayor unión que la unión (comunión) sacramental no se puede dar entre dos personas.


Sólo quien entienda de amor comprenderá qué significa esto, pues no son maneras de hablar. Son duras estas palabras, pero quien las entienda descubrirá cuánto nos ama Jesús y lo que espera de cada uno: amor.
Diré con el apóstol Pedro, que he creído y, por eso, he conocido la gran verdad que Cristo enseñó al mundo: cuánto nos quiere Dios. Reconozco que estás en la Eucaristía, te adoro, quiero recibirte cada vez con mayor pureza, humildad y devoción para ser digno de Ti, para que te encuentres a gusto.


Madre mía Inmaculada, Angel de mi Guarda, ayudadme a no distraerme cuando esté conmigo el Amor de mi alma durante esos minutos en que permanece en mí –mientras duran las especies sacramentales– después de comulgar.