XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 10, 26-33: Lo que aparta de Dios

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed sobre todo al que puede arrojar el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt 10,28)


Nadie nos pidió permiso para ponernos en la existencia, ni nos preguntó que, siendo personas, tuviéramos brazos y cabeza, ni que tuviéramos que ganarnos la vida con esfuerzo. La vida es como es, y nosotros somos como somos: nos guste o no nos guste, nuestras acciones tienen una dimensión moral: o hacemos el bien o hacemos el mal.


Y «es pecado mortal lo que tiene como objeto una materia grave y que, además, es cometido con pleno conocimiento y deliberado consentimiento» (Catecismo, 1857). «El pecado mortal es una posibilidad radical de la libertad humana contra el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es eliminado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno; de modo que nuestra libertad tiene poder de hacer elecciones para siempre, sin retorno. Sin embargo, aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios» (Catecismo, 1861).


Importa mucho que vivamos en la verdad y no engañarnos en tema tan capital. Existe un secreto deseo en quien peca de que no haya castigo, pero una cosa es eso y otra creérselo, autoengañarse, porque la realidad es como es, y ese razonamiento sería como un suicidio. El diablo miente presentando el lado bueno que aparenta el mal; podemos caer en la tentación, pero nunca debemos caer en el engaño más grande del diablo: creer que él no existe o que se puede cometer el mal impunemente, es decir, que no existe el castigo eterno para el pecado.


Dame, Señor, el santo temor, que es el inicio de la sabiduría; el temor a lo que me puede apartar de Ti. Auméntame la humildad y el conocimiento propio para que me tenga miedo, porque me conozco y puedo ofenderte. Sé que no he de temer a nadie ni a nada, pero sí a aquel que puede llevar mi alma al infierno. Aparta, Señor, de mí lo que me aparte de Ti.