II Domingo de Adviento, Ciclo B

Marcos 1,1-8 : Pureza de corazón

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

        “Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos»” (Mc 1, 2-3)

En la Solemnidad de la Virgen Inmaculada consideramos la gracia que recibió María de ser concebida sin pecado original. Cuando Dios creó el mundo, vio que era bueno. Salió limpio y hermoso de sus manos. Y cuando creó a Adán y a Eva, también Dios vio que era muy bueno lo que había creado. El pecado introdujo el veneno (no sin razón habla el texto sagrado de la serpiente), porque el pecado corrompe al que lo realiza y envenena la relación de amistad con los demás.

Adán y Eva iban desnudos al principio, porque omnia munda mundi, todo es limpio para los limpios (Tt 1,15). Pero nada más pecar necesitaron vestirse porque el otro le miraba con malicia. Desde ese momento las personas necesitamos del vestido para que la mirada ajena no se aplaste contra el cuerpo, y nos sigan mirando a los ojos, a la cara, allí donde se muestra la personalidad.

   Adán y Eva perdieron la pureza original, y Dios no les podía mirar, porque ya no eran buenos. El pecado hace malo al que lo comete. Todos nacemos con el pecado original, y lo comprobamos porque sentimos las malas inclinaciones, el veneno que nos lleva a querer mal, a mirar mal.

El mensajero del Adviento que es Juan Bautista nos advierte que es necesario allanar los senderos, luchar para corregir las malas inclinaciones que tienden a separarnos de Dios. Es necesario pedir perdón a Dios (convertir el corazón) si se ha pecado, y hacer penitencia para reparar la malicia que dejan en nosotros los pecados perdonados.

Gracias, Señor, porque en el sacramento de la confesión nos rehaces, nos haces buenos, y nos vuelves a mirar cuando volvemos a Ti con corazón contrito y humillado. Y gracias porque has querido que exista una criatura humana, como nosotros, que nació sin pecado original y nos sirve de modelo de cómo podemos ser. Madre mía, Inmaculada, ayúdanos a vivir la pureza para que seamos agradables a Dios y para que veamos en los demás hijos de Dios.