El Bautismo del Señor, Ciclo B

Marcos 1, 7-11: Hijos de Dios

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Y nada más salir del agua vio los Cielos abiertos y al Espíritu que, en forma de paloma, descendía sobre él; y sobrevino una voz desde los Cielos: «Tú eres mi Hijo, el Amado, en ti me he complacido»” (Mc 1, 10-11)

Al recibir el sacramento del Bautismo hemos sido constituidos hijos de Dios. Dios Padre se complace en cada uno de sus hijos, y nos ama a cada uno con predilección, porque somos amados en Jesús. De Él no recibimos sino bienes, porque es un Padre amoroso que nos quiere mucho. Ningún mal que hay en el mundo procede de Dios, sino del diablo que complica a los hombres. Incluso el dolor que Dios permite es para nuestro bien, aunque ahora no lo entendamos. Sería una blasfemia echar en cara a Dios algo malo, porque de Él no recibimos nada más que bienes.

Y el mayor don que puede recibir una criatura humana es el ser hijo de Dios. Él se ha comprometido a mirarnos con ojos de misericordia. Esta es la gran verdad de nuestra vida, ésta la roca donde apoyar toda nuestra existencia. Todo lo demás se puede tambalear, pero Dios no falla, Él siempre es fiel: nos entregó a su Hijo, y con Él nos dará todos los bienes –también el Cielo– siempre que nosotros seamos buenos hijos, hijos fieles.

«Quiero recordar las misericordias del Señor, las alabanzas del Señor; todo lo que hizo por nosotros, sus muchos beneficios a la casa de Israel, lo que hizo con nosotros por su misericordia y su bondad. Él dijo: “Son mi pueblo, hijos que no engañarán”. Él fue su Salvador en todas sus angustias; no fue un mensajero o un ángel, sino que él mismo en persona los liberó» (Is 63, 7-9). ¿No es para estar seguros y para cantarle?

Es bueno dar gracias al Señor, y salmodiar en tu nombre, oh Altísimo, proclamar por la mañana tu misericordia, y tu lealtad por la noche, con arpas de diez cuerdas y laúdes, al son de la cítara... ¡Qué magníficas son tus obras, Señor, qué profundos tus designios¡ El estúpido no lo entiende, el insensato no comprende estas cosas (Sal 91, 2-7).

Hazme entender, Señor, la gran verdad de mi vida, mi dignidad de ser hijo amado de Dios.