VI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 1, 40-45: Dejarse curar

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Vino hacia él un leproso que, de rodillas, le suplicaba: «Si quieres, puedes limpiarme». Compadecido de él, extendió su mano, lo tocó y le dijo: «Quiero, queda limpio». Y al instante le desapareció la lepra y quedó limpio” (Mc 1, 40-42)

El leproso conocía su enfermedad y sabía que él era incapaz de curarse. Advirtió que Jesús podía hacerlo, y se lo pidió. También, cuando Gabriel propuso de parte de Dios a María ser la Madre del Mesías, Ella no contestó que se pondría a ello, sino que Dios hiciera según su voluntad.

¡Cuántas veces queremos sacar los asuntos nosotros solos, sin contar con la ayuda de Dios! Y el resultado es el fracaso y el desánimo. A veces Dios nos deja solos y permite que nos demos golpes para que –como los niños–, no tengamos más remedio que acudir a Él. ¡Cuándo aprenderemos que en la vida espiritual no se trata tanto de hacer sino de dejar hacer en nosotros, de obedecer! ¿Cuándo permitiremos que Dios haga lo que desea hacer y no empeñarnos en lo que a nosotros nos parece conveniente, o tratando de hacerlo a nuestro modo, incluso contra sus designios?

Lo que ha de llenarse ha de empezar por estar vacío. Si hemos de llenarnos del bien, habremos de comenzar por echar fuera el mal. El Señor desea limpiar este vaso de barro que somos cada uno para echar el licor maravillosos de su gracia, de su presencia. Si queremos, Él puede limpiarnos.

Señor, Tú sabes todo, Tú sabes lo que me viene bien. Me dejaré cambiar, me dejaré sanar. Entra en mi vida y pon orden. Sé que no querrás hacer nada en mí si yo no te lo permito; hazme humilde para que vea mis miserias, mi necesidad, y para que no me oponga a tus a tus curas, que a veces pueden resultar dolorosas.

Quiero dejarme limpiar. Iré al sacramento del perdón con total desasimiento, contándolo todo, sin querer curarme a mi manera, escuchando lo que me quieras decir, y poniéndolo en práctica, porque sé que es la única manera de quedar limpio y de que puedas seguir haciendo en mí –y a través de mí– la labor de santificación que deseas hacer.

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