VII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 2, 18-22: Vino nuevo

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque revientan los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos” (Mc 2,22)

Jesús conocía muy bien el mundo en el que vivía, era realista. En ocasiones tomaba ejemplos de la vida cotidiana, en los que se reflejaba el sentido común, para exponer sus enseñanzas. Aquí sale al paso de la malicia de los fariseos, que buscaban la polémica sobre el ayuno, pero sin intención de aprender porque les faltaba buena voluntad.

La doctrina cristiana era nueva entonces, y siempre tiene un aire joven y actual: da solución a los problemas que los hombres se plantean, tanto en el ámbito humano como en su dimensión trascendente para con Dios. Pero es necesario poseer un corazón sencillo, recto. Los racionalistas, aquellos que quieren mantener sus razonamientos –sus pre-juicios­– por encima de todo, están incapacitados para admitir lo que otro (en este caso Dios) dice.

Siempre se pueden objetar razones para no creer. San Agustín, que tuvo que vérselas con racionalistas escépticos de su época, afirma que «para el que quiere creer tengo mil razones, pero para el que no está dispuesto a creer, no tengo ninguna».

La sabiduría popular lo expresa diciendo que «tal como es uno así ve las cosas», «según es el recipiente, así adapta lo que recibe». Jesús no entró a la discusión con los fariseos sino que les habló de la necesidad de tener el corazón nuevo –y para ello posiblemente convertirse– para aceptar su doctrina. La palabra de Dios rompe los limitados razonamientos humanos, elevando al hombre sin componendas, sin permitirle pactar con secretas pasiones egoístas, abriéndole a la infinitud de la verdad y del amor.

Jesús, haznos humildes, haznos hombres nuevos, capaces de esta novedad que trajiste desde el Cielo; que no creamos tan “listos” que nos pongamos a discutir con Dios, que no nos busquemos razones mentirosas para justificar nuestros errores.

.