III Domingo de Pascua, Ciclo B

Juan 2, 1-5: Dios y Hombre

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. Y les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué surgen dudas en vuestros corazones? Ved mis manos y mis pies: soy yo mismo»... Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado, y tomándolo, comió delante de ellos” (Lc 24, 37-43)

Jesús demostró que, aún siendo hombre verdadero (tenía cuerpo y alma humanos), no era una persona humana, sino divina. A los discípulos les costaba entenderlo cuando le acompañaban en sus viajes por Palestina porque veían su cuerpo y las manifestaciones de su alma (cómo amaba, cómo sufría). Su humanidad se manifestó en carne viva en su Pasión al ser flagelado y crucificado.

Sin embargo, Jesús había afirmado que Él era igual al Padre, es decir, que era igual a Dios. Una vez que hubo resucitado y se les apareció, a los discípulos no les cabía en la cabeza que pudiera ser el mismo que habían visto morir tres días antes, pero al comprobar asombrados que era Él mismo, no dijeron que era «Jesús», sino «el Señor»: le reconocían como el Señor de sus vidas, como Dios.

¡Qué humano es que Jesús les mostrara los pies y las manos, y verle comer! ¡Y era el Señor! Ha habido personas que han hablado con Jesús resucitado. Parece increíble, pero ha sido así. Si Él no quiere aparecerse a los cristianos es porque es mejor que creamos en Él. Pero no por eso hemos de dejar de hablar con Él. Es muy fácil recordar su vida, verle en los pasajes del Evangelio caminando, sentado a la mesa o en el monte, orando. El camino es tratar su Humanidad santísima, tratarle como Hombre, sabiendo a la vez que es el Señor, que nos habla, que nos quiere, que nos orienta y nos pide.

Si yo entendiera que estás tan cerca, Señor, te hablaría a toda hora; sería para mí la oración un rato de tertulia enriquecedora. ¿Por qué no me lo haces entender? Yo sé que en la Eucaristía estás de modo sacramental con tu Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad. Iré junto a Ti; Tú auméntame la fe.

 

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