XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 4, 37-39: En la tormenta

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Se levantó un fuerte vendaval y las olas saltaban por encima de la barca, hasta el punto que ya se anegaba. Él dormía sobre un cabezal en la popa. Lo despiertan y le dicen: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» Levantándose, increpó al viento y dijo al mar: «Calla, enmudece!» El viento cesó y sobrevino una gran bonanza” (Mc 4, 37-39)


El problema era real y verdaderamente grave; los apóstoles estaban muy ocupados achicando agua, en un trabajo que les hacía olvidar que Jesús estaba cerca. Le veían dormido, sin hacerles caso, sin echarles una mano. Jesús parecía ausente, ¿o más bien ellos tenían ausente a Jesús? Cuando acudieron a Él, no sólo solucionó el problema de peligro de muerte, sino que creó un ambiente de silencio y de calma.
No debemos estar tan ocupados que perdamos de vista la cercanía de Dios. No basta con saber que Dios existe, pero imaginando que se ha despreocupado de los hombres. Hemos de saber –sentir– que Él nos ama. Y para eso necesitamos sosiego exterior, y sobre todo el interior; un clima de silencio y de escucha, para oír a Dios que nos habla incluso en esos momentos de mucha faena, de tempestades exteriores o interiores, o de sufrimiento, porque si estamos con Dios, entonces, nada hay que temer: «Nada te turbe, nada te espante, sólo Dios basta».
«El Padre ha dicho una palabra. Es su Verbo, su Hijo. La dice eternamente y en un eterno silencio, y en este silencio el alma la oye» (San Juan de la Cruz, Máximas). Yo llevo al alma a la soledad; allí le hablo al corazón, dice el Señor por Oseas (2,14).


A Jesús, sí le importa que perezcamos por el agobio del trabajo o cualquier cosa que nos quite la paz porque nos quiere amar, y que sepamos que Él está cerca. Todo eso es circunstancial y podemos aprovecharlo para purificarme.
Haré el propósito de no abandonar los ratos de oración por las faenas que hay que hacer en el día para no perder calidad de vida, la del amor.

 

 

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