XIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 5, 25-39: Querer de verdad

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Y una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años..., habiendo oído hablar de Jesús, se acercó por detrás entre la multitud y le tocó el manto, porque se decía: «con sólo que toque su vestido quedaré curada»” (Mc 5, 25-39)


Aquella mujer quería curarse, y había puesto todos los medios a su alcance. Ya no había más remedios, pero al oír hablar de Jesús se lanza a tocarle porque cree que puede curarle. Si hiciéramos una encuesta preguntando a las personas si quieren ir al cielo, todas dirían que sí, que sí quieren. Pero una cosa es ese vago deseo y otra el quererlo realmente, poniendo los medios que hagan falta.
Cuentan que una hermana suya preguntó a Tomás de Aquino qué es lo que se necesita para ir al cielo, y su hermano, que podía haberle hecho un elenco largo (oración, sacramentos, obras de misericordia, etc.), fue esa vez muy lacónico: “Teodora –le dijo– lo único que hace falta es querer”.
Por parte de Dios el camino está trazado, sólo queda recorrerlo personalmente; pero para eso hay que querer de verdad, empleándose a fondo: quien quiere de verdad pondrá los medios. Por eso señala la santa de Ávila que «a los que quieren beber de esta agua de vida y quieren caminar hasta llegar hasta la misma fuente... digo que importa mucho y el todo... una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, murmure quien murmure, siquiera llegue allá, siquiera me muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo» (Camino de perfección).
Cuánto tiempo y esfuerzos dedican las personas para las cosas que les placen. Cuánta ilusión tenemos a veces por ciertos temas que verdaderamente nos roban el corazón por momentos y, con tal de conseguir nuestro propósito, ¡cuántos sacrificios hacemos!


Tú quieres, Señor, que esté ilusionado por muchas cosas, pero sólo una es necesaria una cosa, y que ha de estar en el fondo de todo mi pensar, querer y actuar: Tú, Señor. Ayúdame a querer de verdad, con obras, sin que otros afanes apaguen mi propósito.

 

 

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