XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Juan 6, 48-51: Vida eterna

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

“Yo soy el pan de vida... Este es el pan que baja del cielo, para que, quien coma de él, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá eternamente” (Jn 6, 48-51)


Todos tenemos un profundo deseo de vivir para siempre, el deseo de no morir está como cosido en lo más íntimo de nuestro ser. Algunos filósofos inventaron la teoría de la reencarnación, de que estaríamos en el mundo siempre viviendo de una u otra manera. Pero esto nadie lo ha comprobado. Los seres espirituales no desaparecen del todo, pero ¿qué significa la muerte?, ¿qué hay más allá? Sin la fe no se sabe dar una respuesta satisfactoria.
Los cristianos sabemos con seguridad que la separación del alma y el cuerpo no es lo definitivo, que quien ha muerto en gracia, nada más morir pasa a la Vida de Dios. Para el cristiano la muerte es Vida, es el día de su verdadero nacimiento. Para eso hemos nacido en la tierra: para pasar por la puerta hacia la casa de Dios, que es nuestra verdadera casa. Al morir no nos despedimos –ni de Jesús ni de los amigos–, decimos «hasta luego», porque nos volveremos a reunir. Además, dentro de un tiempo –cuando finalmente el tiempo se acabe-–volveremos a resucitar con nuestros cuerpos, cada uno con su mismo cuerpo. No sabemos cómo será esto, pero será así. Dios no quiere mostrarnos ahora las sorpresas que nos tiene preparadas para ese día de nuestro nacimiento en la eternidad.
Todo esto es y será por la gracia, que es como un agua que salta hasta la vida eterna. La vida sobrenatural, que comenzó en el Bautismo y se recupera o aumenta con la penitencia, llega a su culmen en la Eucaristía. La Comunión del Cuerpo de Cristo nos une estrechamente a Él, que ya no muere. Quien vive con Cristo tiene asegurada la vida eterna.


Gracias por tu presencia real en este sacramento que da la Vida al hombre. Quiero recibirte, Señor, siendo más consciente cada vez de a Quién recibo; procuraré acercarme más veces a la Eucaristía porque sé que te has quedado para nosotros, y me prepararé con mayor pureza, humildad y devoción para recibir esta «prenda de la gloria futura» que es nos has dejado.




 

 

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