XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

Marcos 7, 32-35: Sinceridad

Autor: Padre Jesús Martínez García

 

 

       “Le presentaron un sordo y apenas podía hablar, y le suplicaban que le impusiera la mano... Le dijo: «Effetha», que significa «ábrete». Al instante se le abrieron los oídos y quedó suelta la atadura de su lengua y hablaba sin dificultad” (Mc 7, 32-35)

No hemos de sorprendernos cuando encontremos en nuestra vida las heridas del pecado original: la ira, la pereza, la sensualidad, la soberbia,... Las tentaciones no son malas, y el pecado tiene arreglo. Lo peor que nos puede pasar es volvernos conscientemente sordos ante la voz de Dios, no queriendo reconocer lo que nos sucede y no queriendo hablar en la dirección espiritual y en la confesión. La falta de sinceridad deja un poso de tristeza y de desesperanza.

Dios no cesa de movernos interiormente con gemidos inenarrables para que seamos sinceros con nosotros mismos y con Él –llamando a las cosas por su nombre: al error, error, y al pecado, pecado– y seamos lo suficientemente humildes que estemos dispuestos a aclarar la conciencia ante el sacerdote.

Jesús tuvo que hacer un doble milagro con aquel hombre: curarle su sordera y la trabazón de la lengua. Primero humildad para oír la voz de Dios, para reconocer interiormente lo que pasa en el interior, después hablar. A veces puede ser un auténtico milagro conseguir que alguien reconozca el mal que ha hecho y se confiese pecador en el sacramento.

Todo tiene arreglo si se es humilde y se habla. Pero si no, la puerta en el ámbito sobrenatural se cierra y humanamente se sufre. No vale la pena quedarse encasquillado por la soberbia o la vergüenza. Posiblemente sean bobadas, pero aunque sean cosas de entidad, el mal desaparece si se habla con quien puede curar.

Señor, que nos conoces como somos y nos quieres con nuestros defectos si luchamos por superarlos. Has venido a salvar lo que estaba perdido en nosotros y no te sorprendes de nuestros errores. Que nosotros no nos creamos tan impecables que nos falte la humildad para reconocernos tal como somos: pecadores, necesitados una y otra vez de tu perdón.






 

 

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