I Domingo de Adviento, Ciclo C

San Lucas 21, 34-35: Carpe diem

Autor: Padre Jesús Martínez García  

 

      

“Vigilad para que vuestros corazones no estén ofuscados por la crápula, la embriaguez y los afanes de esta vida, y no sobrevenga aquel día de improviso sobre vosotros, pues caerá como un lazo sobre todos aquellos que habitan en la faz de toda la tierra.” (Lc 21, 34-35)

Todos somos como semillas de calabaza arrojadas sobre la tierra, que hemos de desarrollarnos según un proyecto querido por Dios. Si se desarrolla, brota una planta enorme, que cubre todo el huerto con sus hojas, y entre ellas aparecen las calabazas, redondas, relucientes, y por dentro son anaranjadas, como el sol del atardecer. Pero la semilla uno se la puede comer, en vez de sembrarla. Podemos ser educados o muy desagradables, podemos ser trabajadores o perezosos, podemos ser santos o diablos intratables. Podemos ser todas esas cosas, y somos lo que queremos ser.

Son muchas las cosas de este mundo que reclaman nuestra atención. Cualquier día se nos puede presentar la tentación de aprovechar la vida para un uso personal egoísta –carpe diem– sin pensar que mañana es otro día, y después habrá otro, y que hemos nacido para la eternidad. Es grande la capacidad de olvido en los hombres, cansarse en la espera vigilante y dedicarse a lo que satisface aquí y ahora, dejándose llevar por lo que apetece, por lo fácil.

Jesús nos lo advierte: estad en vela, no os dejéis llevar por los espejuelos de la soberbia, de un afecto desordenado, de “aprovechar” neciamente los segundos. Detrás de los desórdenes no hay sino pena, aflicción y tristeza. Pero eso no es lo más triste, sino haber llenado el tiempo de su vida de vacío. La muerte llega a menudo de improviso. La persona que ha desarrollado sus capacidades libremente y ha dado fruto –como la calabaza– es una maravilla, pero ¿qué sucede con quien se ha comido la semilla; mejor dicho, quien ha sido devorado por los caprichos propios y ajenos?

Repetiré las palabras tantas veces dichas por los primeros cristianos, aquellas con las que acaba la Biblia: «maran atá, ven Señor Jesús». Sé que estás cerca, no sólo cuando deje este mundo, sino ahora. Sé que me ves y me esperas hoy.








 

 

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