IV Domingo de Adviento, Ciclo C

San Lucas 4, 21-30: Bienaventurada seas

Autor: Padre Jesús Martínez García  

 

      

“Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «Bendita tú entre las mujeres y ben-dito el fruto de tu vientre. ¿De dónde a mí que venga la madre de mi Señor a visitarme y bien-aventurada tú que has creído, porque se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor»” (Lc 1, 40-42)
El piropo que Gabriel le dijo –llena de Gracia– no será la última vez que alguien alabe a María. Al cabo de unos días su prima Isabel le va a llamar la madre de mi Señor. Años después escuchará lo que una mujer gritó a Jesús: bendita sea la madre que te trajo al mundo. Y una vez que ella se fue al cielo, comenzó a realizarse en toda la Iglesia –como una ola formada por mul-titudes en el gran estadio del mundo– aquella premonición de que la llamarían bienaventurada todas las generaciones. Y a esa “ola” queremos sumarnos nosotros también.

San Bernardo afirmó que de María nunca se hablará lo suficiente, pues debido a su cate-goría sobrenatural y humana podrían estar todos los poetas y cantores siempre ensalzando sus grandezas. De hecho, de ninguna mujer se han hecho tantas fotografías e imágenes. No hay pueblo o ciudad de la cristiandad que no tenga como patrona, y la que alaba e invoca como Madre. Toda una constelación de ermitas y santuarios marianos, como estrellas en la noche, iluminan el orbe, tantas veces a oscuras. Allí acuden los cristianos a honrarla y a pedir su pro-tección.

María era y sigue siendo mujer, y le gusta que le alaben; no por ella, sino porque es un modo de alabar a Dios, pues ha sido Él quien ha hecho maravillas en ella (bien lo sabía María como expresó en el Magníficat). Llamar bienaventurada a la Virgen es un modo de alabar a la Santísima Trinidad, y al fruto bendito del vientre de ella. Queda poco para la Navidad. Mirar a María en estos días es la dirección acertada para mirar a Jesús, que está dentro de ella. Por ella llegamos siempre a Jesús.

Procuraré estos días rezar más despacio las Avemarías para que cada una sea de verdad una alabanza a la que es bendita entre todas las mujeres. Madre, óyeme; Madre, escúchame.