XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Lc 12,32-40. La riqueza del corazón

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

 

 

            Este domingo, nos plantea de fondo una pregunta: ¿quién es capaz de salirse del “sistema”? Quien más y quien menos, tiene que vivir con las reglas de juego de su generación y su ámbito social. Pero vivir con estas reglas, no significa plegarse a ellas: unas veces habrá que secundarlas, otras evitarlas y hasta rebatirlas. Sin duda, que una de esas reglas es la del dinero: si quieres ser alguien, subir, tener una palabra que se oiga, una causa que se siga, un prestigio que se envidie y un estilo que se aplauda, hay que tener avales, dineros. Quien contesta ese “sistema”, éste se encarga de marginarlo. Porque un mundo que se sustenta en gran medida sobre el tener, el acumular, el consumir... tiene dere­cho de admisión en su club sobre sus posibles clientes o víctimas. De modo que quien crea y viva de manera que los valores de un mundo opulento e insolidario, no sean sus valores, puede hacerlo, pero sabiendo que ese mundo no se lo perdonará. Le cerrará todas las puertas posibles, menos la de la libertad.

            Por eso Jesús, sabiendo el riesgo que se corre al vivir de veras el Evangelio, les dice a sus discípulos: “no temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino” (Lc 12,32). Con la ternura de quien se acerca sa­maritanamente a un pequeño desvalido, a un rebaño indefenso, y también con la confianza de quien habla del Padre, y de su hogar, y de su sueño: el reino. Se cumplirá la paradoja de las bienaventuranzas: los pobres heredarán el reino de Dios (Mt  5,1).

            Y dicho esto, vuelve a su tema el Señor: vended vuestros bienes, dad limosna, haceos talegas que no se echen a perder, y un tesoro inagotable en el cielo, donde no hay ladrones ni polilla (Lc 12,33). Realmente, ¿qué sentirían aquellos primeros oyentes de estas palabras revolucionarias? Jesús desenmascara el chantaje de una riqueza que no llena el corazón, que sólo sirve para vaciarlo por dentro y para enfrentarlo por fuera. Y quitando la careta a tantos “bienes” codiciados, les dice Jesús a los suyos: ¿dónde está vuestro tesoro? Pues allí estará vuestro corazón. ¿De qué riquezas está lleno vue­stro corazón? Pues así de noble y grande será vuestro tesoro. No es necesario poner velas a las bonolotos de turno, porque nuestra suerte ya ha entrado en nosotros, trayéndonos el premio correspondiente a cada uno ¡porque to­dos llevamos el número premiado! La riqueza que nuestro corazón busca es justamente un Nombre, una Persona.  

            Ante la pasividad, el desgano, el cansancio y la tristeza de los que se han hastiado de seguir y perseguir riquezas que no pueden llenar el corazón, se nos pide a los cri­stianos mostrar nuestras ganas de caminar, de mostrar el gusto por la vida, ciñéndonos de esperanza, buen amor y buen humor. Ante los que apagaron ya sus luces, y agotaron el aceite de sus lámparas, cansados de esperar a quien nunca vendrá, se nos invita a los cristianos a mantener nuestra lámpara encendida, con recaudo de aceite, para espe­rar al que incesantemente viene. No, no tengamos miedo, aunque seamos pocos, un pequeño rebaño indefenso y aparentemente inútil, pero al que el Padre prometió su reino, y cuya promesa se cumple en cada instante, en toda relación, en cada circunstancia. 

+ Jesús Sanz Montes, ofm

Obispo de Huesca y de Jaca