XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C.

Lc 11,1-13. Ausencia ardiente

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm

 

 

           La oración cristiana es estar ante Alguien, en Él y con Él, y aunque nuestros sentidos no puedan abrazar su fi­gura... sin embargo ¡está! Los fantasmas no queman, ni seducen, ni transforman. Hay presencias que, incluso cuando físicamente están ausentes, nos col­man y nos alumbran, nos arden dentro hasta hacernos nuevos. No sabes por qué, las cosas siguen estando en el mismo sitio, y la fa­tiga del camino no se nos ahorra, pero sin embargo, Alguien  nos habita en los adentros, y nos quema en su estar y en su ausentarse;  la vida nos parece diferente y nos sabe a nuevo hasta lo que nos cansaba y aburría; y un no-sé-qué transforma todos nuestros sopores opacos en estupores de luz.

            Aquella vez, Jesús arrancó de un discípulo ese deseo: “enséñanos a orar”. Es la seducción de los Ojos del Señor que se abrían al sol y al calor del Padre. Y como en toda vivencia amorosa, también el Rostro humano de Jesús volvía encendido y asemejado al del Rostro de su Padre: “los ojos deseados que tengo en mis entrañas di­bujados” (S.Juan de la Cruz).

            Esto se refleja en el Padrenuestro desde la invocación inicial: Padre, que tiene ese tono cariñoso y confiado propio de los niños ante sus progenitores. Dos peti­ciones referidas a este Padre: que su Nombre sea santificado, respetado, tomado en se­rio, reconocido; y que venga su Reino, su proyecto de amor y gracia sobre la historia y sobre cada persona. Para terminar con tres peticiones más, relacionadas con los que hacen esta oración: pedir el pan de cada día, la paz de cada perdón (tomando como medida no nuestra tolerancia o generosidad, sino tratar a los otros como Dios nos trata), y no caer en la tentación del maligno, sean cuales sean sus señuelos y engañifas.

            Llevar en el corazón a Dios y a los hermanos, hablarle a Él de ellos y a ellos de Él. Y, como decía bellamente S. Francisco: “esclarézcase en nosotros la noticia de ti, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la altura de tu majestad y la profundidad de tus juicios... y lo que no perdonamos del todo, haz tú, Señor, que lo perdonemos del todo tratando de ser útiles a todos en ti”.


+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca