Domingo de Pentecostés, Ciclo C

Juan 20,19-23. Como brisa huracanada

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

        Hemos ido recorriendo las grandes etapas de la vida del Señor al compás de la liturgia. El domingo pasado celebrábamos la Ascensión del Señor. Impresiona sobremanera el ver que esta “última Palabra” que Dios envía, la de su Hijo, sea dicha con tanta precariedad. Porque no será este hablar postrero de Dios una Palabra apabullante y tumbativa, sino humilde y libre como todas las suyas. Acampó su Palabra en nuestras tierras condenadas a tantos exterminios, y abrió su Tienda para encontrarse con noso­tros en el Encuentro más estremecedor y decisivo, a fin de estrenar la felicidad, la verda­dera humanidad y la dicha bienaventurada de un amor sin precio ni ficción.

            ¿Podemos tener acceso a cuanto dijo Jesús en su arameo, en su oriente medio, hace tantos años ya? Aquí nos lo jugamos todo. Porque este «todo» se reduce a saber si aquello que ocurrió entonces, es posible que vuelva a suceder hoy, aquí y ahora. Y Pentecostés es la gracia de perpetuar día tras día, lugar tras lugar, lengua tras lengua, la Palabra y la Presencia de Jesús.

            Así lo prometió Él: “os he dicho todo estando entre vosotros, pero mi Padre os en­viará al Espíritu Santo para que os enseñe y os recuerde todo lo que yo os he dicho”. Esta ha sido la promesa cumplida de Jesús. Y la historia cristiana da cuenta que en todo tiempo, en cada rincón de la tierra, y en todas las len­guas, Jesús se ha hecho presente y audible cuando ha habido un cristiano y una comuni­dad que ha dejado que el Espíritu Santo enseñe y recuerde lo que el Padre nos dijo y mos­tró en Jesús.

            El Espíritu prometido por Jesús, nos hace continuadores de aquella maravilla, cuando hombres asustados y fugitivos pocos días antes, comienzan a anunciar el paso de Dios por sus vidas en cada una de las lenguas de los que les escuchaban. Quiera Dios que podamos prolongar tal Acontecimiento, siendo portadores de otra Presencia y portavoces de otra Palabra, más grandes que las nuestras, si consentimos que también en nosotros el Espíritu enseñe y recuerde a Jesús, de modo que podamos ser tes­tigos de su Reino, de la Bondad y Belleza propias de una nueva creación, en donde la vida de Dios y la nuestra pueda brindar en copa de bienaventuranzas.


+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca