VII Domingo del Tiempo Ordinario , Ciclo C

Lucas 6, 27-38. Paisaje cotidiano

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

El domingo pasado leíamos las Bienaventuranzas. No eran una figura retórica, bella pero inviable, sino que mostraba con lógica divina, hasta el vértigo de la desproporción ante los cálculos humanos, aquello que ya se le dijo a María: lo imposible para nuestra mirada alicorta, es posible para los ojos infinitos de Dios (véase Lc 1,37). «Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os persiguen». ¿Cabe una provocación mayor? ¿Qué revolución humana ha llegado a plantear las cosas así? Las Bienaventuranzas eran tan provocadoras para aquellos primeros oyentes de entonces, como lo pueden ser ahora para nosotros. El Señor nos urge a vivir desarmados de violencias, desnudos de posesiones, y nos invita a tener por única defensa el amor incondicional, y por única actitud la solidaridad que se hace comunión fraterna.


Para Jesús, el prójimo siempre es el próximo, tanto, que su eventual enemistad duele, y puede herir su odio, su injuria o maldición. Es un prójimo-próximo que importunará pidiendo de mil formas, o golpeando la mejilla de tantos modos, o solicitando en préstamo acaso incumplible lo más nuestro. Es el que vive con nosotros, el que comparte techo y hogar, o las fatigas de un trabajo, o las calles de nuestra ciudad. Y está ahí, en la proximidad agridulce de nuestros prójimos, donde nosotros aceptamos o censuramos esta Palabra del Señor. Podemos ser hábiles en levantar trincheras, en encontrar excusas o pactar interpretaciones cuando Jesús nos sobrepasa y deja a la intemperie la verdad de nuestro corazón, sin careta ni disfraz.


Si todo esto fuera un reto a nuestra buena voluntad, sin duda que nos encontraríamos abatidos por el sopor que delata la fragilidad y la pequeñez. Por eso, Jesús no apela a nuestro esfuerzo, simplemente, sino al asombro que con creces redime nuestras fuerzas escasas e inconstantes: mirad al Padre Dios, y como Él tiene para con todos entrañas de misericordia, así también vosotros haced con los demás lo que Él hace con vosotros, pidiendo que sus latires tengan hueco en vuestro corazón, porque el Padre es la medida, la gracia, la posibilidad.


Y así volvemos no al balcón de las Bienaventuranzas, sino a la arena de nuestro cotidiano vivir, a la proximidad de nuestros prójimos con nombres y apellidos, con situaciones conocidas que nos afectan, y nos duelen o alegran. Es ahí donde podemos hacer creíble también hoy el impresionante espectáculo que comenzó con Jesucristo, y que ha llenado de belleza y armonía, de justicia y de paz, de amor y de esperanza, cada recodo de nuestra humanidad. 
 

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca