I Domingo de Adviento, Ciclo C

Lucas 21, 25-28. 34-36. Año nuevo, vida nueva

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Es sabido que los cristianos siempre comenzamos el año un poco antes. Cabe recordar ese dicho popular de Año nuevo, vida nueva, que quiere expresar algo muy humano: que nuestro corazón no se resigna al fatalismo de lo que acontece; que nuestro corazón tiene derecho a decir ¡basta! a tantas cosas que no van; que nuestro corazón es justo cuando, a pesar de todos los pesares, tiene la osadía de soñar una vez más.


Quizás por eso nos ponemos de acuerdo todos en una fecha mágica: 1 de enero, el año nuevo civil, para indultarnos mutuamente y concedernos unos a otros una especie de amnistía bonachona: nos perdonamos la tristeza, el cansancio, el sopor y el aburrimiento; nos perdonamos los desmanes, los rencores, las mentiras. Así, desde la trinchera de todas nuestras pesadillas, nos atrevemos a levantar con timidez la blanca bandera de los sueños en un mundo feliz. Lamentablemente, tan deseada amnistía suele durar lo que dura la resaca de unas fiestas, para luego zambullirnos en la opacidad de un cotidiano desilusionado y cansino, que tan rutinariamente siempre termina igual: en desencanto.
Podemos decir Año nuevo, vida nueva porque «la hemos visto con nuestros ojos y palpado con nuestras manos... Lo que vimos y escuchamos, esto, os anunciamos» (1 Juan 1, 1-3). La Vida Nueva que, año tras año, día a día, e instante tras instante, podemos celebrar, se llama Jesucristo. Esto quiere decir que ni la mentira, ni el caos, ni la muerte, tienen la última palabra desde que Alguien tuvo la locura, o el atrevimiento de proclamar: «Yo soy la Verdad, y el Camino, y la Vida». Y nosotros creemos en esa Vida Nueva que se ha hecho uno de nosotros, que puso su tienda de encuentro en las contiendas de nuestras insidias. O estaba loco para decir semejantes cosas, o sencillamente era Dios... y Hombre verdadero.


El Evangelio de este domingo es una invitación a la vigilancia. Una serie de imperativos tratarán de acercarnos al asombro de esta espera: «Levantaos, alzad la cabeza, tened cuidado, estad despiertos...» Vale la pena escuchar ese grito de nuestro corazón que continuamente nos reclama el milagro de una novedad que no caduque, y reconocer que Alguien, como ningún otro y para siempre jamás, tomó en serio ese grito, abrazó el grito del corazón humano, de mi corazón, pudiendo desde entonces volver a estrenar esperanzas y brindar felicidades.


El Adviento cristiano siempre es recordar a Aquel que vino ya, es acoger su venida incesantemente presente y, por último, es prepararnos al día de su vuelta prometida. Ésta es la paradoja de nuestra fe: hacer memoria de Quien vino, desde la acogida de Quien nunca se ha marchado, para prepararnos a recibir a Quien volverá. La paradoja consiste en que el sujeto es la misma persona: Jesucristo. Éste es el tiempo que nos prepara a la celebración de la Navidad cristiana. Levantémonos, despertemos. Es posible una novedad, que no dependa de las uvas ni del champán, ni de unas fechas pactadas, sino de algo que ha sucedido, de Alguien que está entre nosotros. ¡Feliz año nuevo, feliz vida nueva!  
 

+ Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca