III Domingo de Cuaresma, Ciclo A

Juan 4,5-42: La verdadera sed del corazón

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

El pozo en la literatura bíblica, es un lugar de encuentro, un espacio donde descansar y compartir. Los pozos determinan el itinerario te­rrestre y espiritual de aquel Pueblo que atravesó un desierto para llegar a la tierra de la Promesa. Por eso el pozo, el agua se convertirán en símbolos de la cercanía de Dios, de la vida que ese Dios ofrece a sus hi­jos. La ausencia del agua será siempre para el Pueblo nómada y peregrino, una dura prueba que muchas veces terminará en infidelidad, en desconfianza e incluso en apos­tasía de Dios, como nos dirá la primera lectura de la misa. En este domingo tercero de Cuaresma, podremos ver de nuevo esa escena en la que una mujer samaritana y Jesús hablan junto a un histórico pozo.

A lo largo de todo el relato, se van mezclando dos símbolos que en parte representan el centro de la persona, el corazón del hombre: el marido y el agua. La vida de aquella mujer había trans­currido entre maridos y entre viajes al pozo para sacar agua. La insuficiencia de un afecto no colmado (los seis maridos) y la insufi­ciente agua para calmar una sed insaciada (el pozo de Sicar), nos llevan a pensar en la otra insuficiencia: la de una tradición religiosa que aun teniendo rasgos de la que Jesús venía a cul­minar con su propia revelación, si faltaba Él era incompleta.

Por eso en el evangelio de Juan, el Señor se presentará como el Agua que sacia y como el Esposo que no desilusiona. Cuando no daban más de sí nuestros esfuerzos y empeños y seguíamos arras­trando todas las insuficiencias, lo que representa también en nosotros los mari­dos y la sed, el desencanto y la fatiga, ha venido a nuestro lado como esposo, como amigo, como agua... el Mesías esperado.

Desde todas nuestras preguntas, afanes y preocupaciones, desde nues­tra aspiración a habitar un mundo más humano y fraterno que el que nos pinta la crónica diaria, Dios se nos acerca en nuestro camino, se sienta junto al brocal de nuestros pozos y cansancios, para revelársenos como nuestra fuente y nuestra sed. Ojalá que también nosotros poda­mos contagiar a nuestras gentes como aquella mujer lo hizo con los de su pue­blo, y también nuestros contemporáneos puedan testimoniar: “ya no creemos por lo que tú dices, nosotros mismos lo hemos oído y sa­bemos que Él es de verdad el Salvador del mundo” (Jn 4,42).


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
3º Domingo de Cuaresma
24 febrero 2008