XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.

Mateo 10,26-33: Perder el miedo al miedo

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

Llegaba el momento de la primera salida apostólica. Había que levantarse del cálido brasero, de la mesa fraterna, del círculo amistoso..., y llevar a todo el mundo un mensaje incómodo y hostil, porque en tantas cosas suponía contradecir a ese mundo. Jesús no ocultó la dificultad y los riesgos que habían de librar sus primeros misioneros (y los de siempre), y por eso se adelanta también a consolarles. Acaso presos de la preocupación o del pánico, el Maestro les dirige estas palabras del Evangelio de hoy.

No se trataba de una excepción ocasional y pasajera aquella situación de peligro y persecución, porque el mensaje de Jesús siempre encontrará extrañeza u hostilidad en la medida que el Reino que Él predicó y puso en marcha choque con la mentalidad dominante de un mundo distanciado de Dios (y por eso distanciado del hombre). Cuando anunciamos el Evangelio, si no pasa nada, entonces es que pasa algo. Y esto no por una obsesión por la polémica, sino porque el Reino de Dios y el poder del mal, la luz y la tiniebla, la gracia y el pecado..., son incompatibles, y no cabe llegar a pactos a gusto de nadie, ni de negociar salidas intermedias que no sirven para nada.

No se trata de ser cristianos desde la arrogancia, la presunción y la intolerancia, como algunos dicen que se ha vivido en otro tiempo; pero, obviamente, tampoco debemos vivir nuestra fe de una manera encogida, asustadiza y escondida, como muchos desean desde el tiempo de hoy. Acaso ante el empeño legítimo de no caer en una vivencia cristiana que suene a imposición de la fe, nos hemos deslizado hasta reducirla al ámbito más privado, en el último rincón de nuestra conciencia; es decir, que por evitar la imposición de la fe, hemos renunciado en la práctica a su proposición.

El Evangelio de este domingo nos invita a un seguimiento del Señor sin miedos, sin complejos, con decisión. El "no tengáis miedo" que dice Jesús, significa susurrar, decir, gritar nuestra fe, en cada gesto sencillo y cotidiano como en cada suceso extraordinario y solemne de nuestra vida. Si realmente Dios ha pasado en nuestro camino, si nos hemos encontrado con Él, si se ha hecho acontecimiento, entonces hemos de ser testigos de lo que nos ha ocurrido, con el inmenso deseo de que también les ocurra a los demás como-cuando-donde quiera el Señor. Esto es vivir sin imposiciones intolerantes, pero con una proposición decidida, con un respeto que se hace amor, el mayor amor posible, el que deseo lo mejor para los demás: que lleguen también ellos a comprender lo mucho que valen ante Dios.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
Domingo 12º del tiempo ordinario
22 junio 2008