XXIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Mateo 22,15-21: Sin cambio de moneda

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

La pregunta con la que quisieron acorralar a Jesús era realmente ingeniosa, llena de un agudísimo doble filo, pero no de menor calidad fue la respuesta, con un talento que dejó a sus demandantes boquiabiertos. Las cuerdas contra las que quieren empujar a Jesús serán las que en definitiva le llevarán a la muerte, humanamente hablando. Los fariseos le acusarán de blasfemo ante el Pueblo escogido ("razón" religiosa) y de insurrecto o revo­lucionario ante el emperador romano y su representante en Jerusalén ("razón" política). El lazo que tienden a Jesús no es más que una primera entrega muy habilidosa de esa voluntad de los fariseos de colocar a Jesús en una batalla que Él nunca tuvo ni en la que jamás estuvo: Dios y el César. Así de envenenado era el transfondo de esa pregunta tan aparentemente inocente e inicua.

El Señor no va a desprestigiar ni a ensalzar al gobierno político de turno, que en aquel caso detentaba Roma y su César. La intención de Jesús y su pretensión salvífica no consistía ni en derrocar al César ni tampoco en perpetuarlo. Jesús se movía en otro plano y otros­ pla­nes: los del Padre, los de su Reino de Dios. Lo que Él no dejará de proclamar es precisamente su misión, el por qué ha venido a nuestra historia, todo lo cual no era otra cosa que su predicación del Reino.

De esta manera no caería en la tentación espiritualista ni en la politiquera. Con la historia en la mano, no es indiferente uno que otro César, porque no todos han favorecido igualmente el debido respeto a Dios y el debido respeto al hombre. El ver­dadero gobernante no es el que se compromete con el hombre pero haciéndolo contra Dios, ni tampoco el que se presenta como aliado de Dios, pero al margen y marginando a los hombres.

El discurso cristiano sobre el "César" y Dios es una "moneda de cambio", en la que sin identificar al "César" y todo lo que significa de gestión política, económica, cultural, social, etc., con el plan de Dios, puedan caminar lo más próximos posible. El cristiano de hoy, sin nostalgias medievales, aspira a crear esa ciudad sobre el monte de la que habla la Escritura, esa civilización del amor de la que han hablado Pablo VI y Juan Pablo II. Sin dualismos y maniqueísmos torpes y fáciles, ojalá que cada genera­ción cristiana hagamos una ciudad propia de nuestro tiempo, pero en la que Dios tenga sitio y el hombre dignidad, ya que donde no cabe Dios malamente le va bien al hombre, y donde no cabe el hombre es que han expulsado a Dios.

+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
Domingo 29º Tiempo ordinario
19 octubre 2008