II Domingo de Cuaresma, Ciclo B

Mc 9,2-10: El anticipo

Autor: Mons. Jesús Sanz Montes, ofm 

 

 

En ese largo camino de Jesús con sus seguidores más cercanos hacia la Pascua, nos narra Marcos en su Evangelio el relato de la transfiguración. Irá Jesús con Pedro, Santiago y Juan, esos tres testigos de otra hora, la menos transfigurada del Señor, aquella hora tan teñida de sangre y de sudor, de dolor y soledad en Getsemaní.

Moisés y Elías, que ayunaron 40 días y subieron a la montaña, están junto a Jesús en el monte Tabor, son la síntesis apretada de la historia de la salvación: la ley de Dios (Moisés), recordada continuamente por los profetas (Elías), ha llegado a su manifestación completa con la revelación de la postrera Palabra que Dios pronunciaría (Jesús). Por eso, en el relato se agolpan también otros signos que señalan el andar del Pueblo escogido y la fidelidad de un Dios siempre acompañante y fiel: la montaña alta (lugar de las grandes manifestaciones de Dios); la nube que cubre a los discípulos (signo de la Presencia de Dios en el desierto de la humana andadura); la voz que trae palabras divinas (el hablar de Dios en truenos o en brisas).

Y bajaban del monte nuevamente, Pedro, Santiago y Juan solos con Jesús. El anticipo había terminado y no lo habían comprendido: discutían qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos. La gloria resucitada, de la que esta escena de la transfiguración era sólo un fugaz adelanto, sólo se entiende y se vive desde la cruz, después de la cruz. Porque no entendían la cruz, tampoco entendían la resurrección.

Nosotros, pueblo de Dios que camina hacia la Pascua, nos encontramos por doquier con esa experiencia ambivalente de la cruz y la transfiguración: momentos gloriosos y resplandecientes de luz que nos gustaría detener como Pedro hizo, y momentos también duros y difíciles que nos gustaría borrar y de los que escaparnos. Andamos también nosotros como aquellos tres discípulos: sin entender y asustados. Se nos impone ver cada día una realidad tan tejida de dolor (guerra, violencia, injusticia, corrupción, soledad, sufrimiento...). Dios quiere anticiparnos un reflejo de su Pascua resucitada, cada vez que en medio de esa realidad nos sorprende con retazos de bondad, de justicia, de belleza, de paz, de dicha. Vivamos la realidad sin hundirnos por sus momentos oscuros y sin apropiarnos de los resplandecientes de blancura. Y quiera el Señor concedernos ser en nuestro mundo, un pequeño tabor, para que entre tanto desencanto y sufrimiento, puedan atisbarse rayos de luz, anticipos de tranfiguración, de la nueva tierra que Dios quiere para todos sus hijos.


+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Obispo de Huesca y de Jaca
8 marzo 2009
2º Domingo cuaresma