XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 13, 22-30. “Señor, ábrenos y él os replicará: No se quienes sois”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


 “Señor, ábrenos y él os replicará: No se quienes sois”

Los cuatro evangelios recogen muchas preguntas que la gente hizo a Jesús. Algunas de ellas malintencionadas. Jesús reacciona desenmascarando la trampa. Otras veces las preguntas son sinceras pero están mal planteadas, bien porque predomina la curiosidad o porque no se fijan en lo esencial. Jesús responde concretamente no a lo que piden, sino, sin desinteresarse de la pregunta, responde llamando la atención sobre lo que realmente interesa saber.

En esta ocasión le preguntan a Jesús por el número de los que se salvan: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?” Jesús responde señalando la actitud que el cristiano debe adoptar para salvarse.

El contexto en que los discípulos y Jesús hablan de la salvación, no se refiere a la salvación-condenación eterna, aunque no estaría mal fijarse en ella pues parece que hoy este tema está olvidado, sino a la experiencia anticipada del Reino, inaugurado con la actividad del Mesías Jesús y a la misión del discípulo.

La verdad es que no entran en el Reino todos los que han recibido el Bautismo y asisten a la Eucaristía y se esfuerzan por cumplir: “Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas. Pero el os replicará: No sé quienes sois”. Respuesta dura y desconcertante.

Entrar en la dinámica del Reino supera un mero “cumplimiento”, hay que “esforzarse por entrar por la puerta estrecha”. Esto ya rebasa el cumplimiento y está indicando un estilo de vida, una manera nueva de caminar por la existencia. Entrar por a puerta de que “no se puede servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24); la del que “quien quiera ser el primero entre vosotros que sea vuestro servidor” (Mt 20,27); la de “dejaos de amontonar riquezas en la tierra” (Mt 6,19); la de “amar a vuestros enemigos y rezad por los que os persigan” (Mt 5, 44); la de “ten piedad de mi, Señor, que soy un pobre pecador” (Lc 18,13); la de ”el Padre que ve en lo escondido, te recompensará” (Mt 6,4); la de reconcíliate con tu hermano antes de presentar la ofrenda en el altar (cfr. Mt 5,24); la de cuando oréis “rezad así: Padre nuestro del cielo” (Mt 5,9); la de “dadle vosotros de comer” (Mc 6, 37). La lista sería interminable. Son todas actitudes, manera de ser y de comportarse, no mero cumplimiento de ritos y normas. Entrar por esta puerta y caminar con este talante es la manera del ser “luz del mundo” y “sal de la tierra”, consciente de que “llevamos este tesoro en vasijas de barro” (2 Cor 4,7).

Con buena voluntad, y por aquello de que de pequeño nos hicieron cristianos y no nos hicimos cristianos, nos esforzamos más en “hacer” cosas cristianas, no tanto en “ser” cristianos”. De aquí la llamada incesante a la conversión para pasar de una fe sociológica a una fe personalizada, apoyada no tanto en una tradición, que no hay que desdeñar, cuanto en un encuentro con el Resucitado.

Jesús ha venido a salvar, a implantar su Reino, y urge e invita a la lucha, al esfuerzo por la salvación. A la pregunta que si son pocos los que se salvan Jesús responde invitando a la decisión personal de “entrar”. No interesa sentirse dentro o fuera. Lo que importa es el esfuerzo por entrar, el entusiasmo por seguir y la confianza “de que aquel que inició en vosotros la buena obra la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1,6).