XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 12, 13-21: “Lo que has acumulado, ¿de quién será?”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Lucas 12, 13-21. “Lo que has acumulado, ¿de quién será?”

Toda la vida humana es un eterno buscar la alegría y la felicidad. Lo más normal es ver en la riqueza el símbolo del poder y la fuente de la seguridad. El máximo beneficio posible y la acumulación de riqueza son algo aceptado como principio indiscutible que orienta el comportamiento práctico en la vida diaria. Este comportamiento en lugar de promover la comunión y la solidaridad, favorece la dominación de unos sobre otros y tiende a crear tensiones, enfrentamientos y desigualdades. El replegamiento egoísta sobre los propios bienes, el consumo indiscriminado y sin límites, la lucha implacable por el propio bienestar, puede ser el fin de todo goce humano, el fin de toda alegría de vivir, el fin de todo verdadero amor. Lo cierto es que la sed de poseer sin límites no es exclusiva de una época ni de un sistema social, sino que descansa en el mismo hombre, cualquiera que sea el sector social al que pertenezca.

La palabra de Jesús es clara y contundente: “Guardaos de toda clase de codicia. Pues aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes”. La parábola con que clarifica esta afirmación, no deja lugar a dudas. El “túmbate, come, bebe y date buena vida”, consigna del hombre rico de la parábola, ha sido el ideal de no pocos a lo largo de la historia, y hoy vivimos bajo una presión social tan fuerte que es difícil cultivar un estilo de vida más sobrio y sano. Casi todo se orienta a disfrutar de productos, servicios y experiencias siempre nuevas. El corazón humano se crea muchos ídolos. El dinero es quizás el primero; pero junto a él está el dominio, el poder, el placer y el sexo, “la codicia y la avaricia, que es una idolatría” como dice san Pablo (Col 3,5).

Jesús, en la página de Lucas, primero rechaza ser el árbitro que uno quiere asignarle en una controversia de herencia. Su misión se coloca a un nivel distinto a disputas vinculadas a intereses económicos. Cristo ha venido para hacernos descubrir que Dios nos ama, para darnos el mandamiento del amor fraterno y para prevenir sobre el afán de riquezas: “Dejaos de amontonar riquezas en la tierra, donde la polilla y la carcoma las echan a perder” (Mt 6,19).

En segundo lugar, Jesús se muestra severo y contundente ante el soliloquio complacido del rico calculador. Es condenable no por ser rico ni por asegurar su porvenir, sino por desentenderse de Dios, a quien no agradece nada, y por no compartir con los demás sus riquezas, pues acapara para sí: “Tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida”. Lo interrumpe bruscamente por un juicio sin apelación: “Necio, esta noche te van a exigir la vida”.

Jesús no condena la riqueza, censura a quien hace de ella un ídolo; suspende a quien “amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios”. La seguridad no viene de lo que uno ha acumulado, sino de los valores sobre los que ha planteado la propia existencia. La codicia empobrece al hombre, lo hace menos humano y lo convierte en ciego desposeído de la luz capaz de aclarar el sentido de la vida.