XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 11, 1-13: “Señor, enséñanos a orar”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Lucas 11, 1-13 “Señor, enséñanos a orar”

Muchas cosas le pedimos a Dios con insistencia. Necesitamos su ayuda y protección. ¿Qué verían los discípulos en Jesús que, necesitando sin duda muchas cosas, la petición que se les ocurre es: “Enséñanos a orar" Con sinceridad, ¿hemos hecho alguna vez esta petición? Ahí la tenemos en el evangelio de este domingo, y la respuesta de Jesús. Jesús no da fórmulas, sino un modelo, transmitiendo su misma experiencia avalada por los muchos ratos de oración a lo largo de su vida. “Cuando oréis decid: Padre”. Palabra esencial y que prácticamente todo lo resume.

Orar no es buscar la influencia y el poder de Dios en momentos difíciles. Es abrirse a Dios, acoger su impulso, dejarse trabajar por la fuerza de su gracia. Porque nuestro Dios es sobre todo Padre volcado plenamente sobre nosotros: “El nos amó primero” (1 Jn 4,19).

La oración tiene su fundamento en una sincera actitud filial, sabiendo que El precede a nuestra oración, nos sale al encuentro y quiere nuestro amor e intimidad: “Mirad que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Apc 3,20).

La esencia de la oración es el acto de Dios que está trabajando en nosotros y eleva nuestro ser hacía El, respetando siempre nuestra libertad. Dios no necesita intervenir, sino ser acogido. El está ya en medio del mundo: “En el vivimos, nos movemos y existimos” (Act 17,28), al que no abandona a sí mismo y a su destino, y espera habitar también en el corazón del hombre.

La petición: “¡Que venga tu Reino!” es la expresión del coraje con que el hombre se abre a la proximidad de Dios y le deja actuar a través de su vida.

Toda la enseñanza de Jesús está impregnada de una confianza gozosa, identificación total y entrega a vivir desde el Padre, ¡Abba! Por eso responde a la petición de los discípulos: “Cuando oréis, decid: ¡Abba!”.Llamada a la misma confianza total, introduciéndolos en su misma actitud.

La primera parte del Padre Nuestro no es de “petición”, sino de deseo ardiente, de apertura y de acogida de la iniciativa divina. La segunda parte, a pesar de su innegable forma de petición. Está ya determinada por esta misma atmósfera de confianza total, de abandono absoluto en las manos de Dios.

Sigue el texto con la parábola de amigo inoportuno. No tanto trata de destacar la insistencia en la petición, cuanto en subrayar la lección decisiva en la confianza cierta de que somos escuchados, basada justamente en el contraste entre nuestra mezquindad y el inaudito “mucho más” de la bondad y el amor de Dios, que supera todo lo pensable e imaginable. Si resulta inconcebible que un amigo falte de ese modo a la hospitalidad, ¡cuánto más Dios! Imposible que El nos falte.

Termina el texto haciendo ver que lo que últimamente interesa es la llamada a la confianza plena en Dios, como ¡Abba!, en el que tenemos derecho a poner una seguridad absoluta.