XXXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 19, 1-10: "A buscar y salvar lo que estaba perdido”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Lucas 19, 1-10  A buscar y salvar lo que estaba perdido”

Leídas con sencillez estas palabras tendrán un efecto de paz y de consuelo. Retratan perfectamente a Dios que ama, busca, acoge y perdona. Es el Dios de una religión que libera e ilusiona.

Muchos son los que entienden la religión como una “obligación”, cumplen sus deberes religiosos sin creatividad ni entusiasmo, y no sienten un sincero deseo de Dios. Donde falta el deseo de encontrarse con Dios, allí no hay un creyente, sino pobres caricaturas de personas que se dirigen a Dios por miedo o por interés. Tienen una idea agobiante de la religión que parece recortar la libertad y ahogar el deseo natural de vivir plenamente.

“Zaqueo baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”. Jesús le llama por su nombre. Es alguien no algo. Jesús, amigo de la vida, busca la dicha y la felicidad para todo ser humano. Es una concreción de las palabras del libro de la Sabiduría de la primera lectura de este domingo: “Amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho” (Sab 11, 25). Y estas otras: “A todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida” (v. 27).

El amor de Dios se revela incluso más fuerte que los pecados de los hombres y de sus traiciones. Por lo que la pedagogía divina es de la paciencia, la comprensión, la advertencia paterna, de cara a la conversión. Nunca de la condenación porque “son tuyos”.

Este es el Dios revelado por Jesús que salva. “Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se los doy a los pobres”. Al encontrarse con Jesús, el rico cambia, descubriendo que lo importante no es acaparar, sino compartir, decidiendo dar la mitad de sus bienes a los pobres, y compensar, con crece, a los que había robado y estafado.

Ha conectado de nuevo con la vida. “Hoy ha sido la salvación de esta casa”. Mientras vivía obsesionado por tener y acaparar, se sentía atrapado por la desconfianza, la dureza y la agresividad. No había cabida para la ternura, la solidaridad y la verdadera amistad. Las pruebas que Zaqueo aporta de su conversión radical al bien, a la justicia y a la solidaridad están bien patentes. Cambio de mentalidad y de conducta. Su figura se agiganta gracias al amor que le hace crecer, liberándolo de su egoísmo explotador.

El Dios de la “obligaciones”, ritos y rezos, es un Dios que “exige” y hay que tenerlo “contento”. El Dios que llama al hombre por su nombre, que goza sentándose a la mesa con aquel que más distante se puede encontrar con Él, es el Dios que salva porque ama, rompe la ataduras porque su afán es buscar lo perdido, y devuelve el sentido auténtico de la vida porque ayuda a descubrir la alegría del dar, ayudar y vivir con el corazón y las manos abiertas.

Nos fijamos, en esta parábola, muchas veces en Zaqueo. Es interesante. Pero necesitamos fijarnos más en Dios porque solamente, si descubrimos que nos quiere, a pesar de que estafemos, le buscaremos, aunque seamos “bajos de estatura”, y El se auto invitará a convivir con nosotros.

Esta es la experiencia de quien acierta a encontrase con ese Jesús que ha venido a “salvar lo que estaba perdido”.