Solemnidad de Todos los Santos

Mateo 5, 1-12a. Dichosos…. Dichosos….”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Mateo 5, 1-12a. Dichosos…. Dichosos….”

Visitaba un niño con sus padres una catedral. Le llamaron la atención las artísticas vidrieras de colores y figuras. El niño preguntó a su padre: Papá ¿Quiénes son esos hombres y mujeres que están en esas ventanas tan bonitas? El padre le contestó: Son los santos.

Pasado el tiempo, un día en la catequesis el catequista preguntó a los niños de su grupo: Decidme, ¿Quiénes son los santos? El niño turista enseguida contestó: Los santos son unos hombres y unas mujeres que dejan pasar la luz y la hacen de colores.

Definición infantil pero, bien mirada, acertada. Los santos no son de otra galaxia. Son de carne y hueso como cualquiera de los mortales. Las estatuas de los santos seguirán haciéndose de madera, escayola o piedra; pero los santos eran y son de carne y hueso. Hombres y mujeres con cualidades, defectos y problemas como los demás; pero que se tomaron en serio el seguimiento de Cristo. Lo extraordinario de sus vidas consistió en su vivencia a fondo de la fe, la esperanza y la caridad.

Son personas normales, pero con un buen corazón, y así toda la realidad de sus vidas cobran un sentido nuevo, haciendo que la luz de lo cotidiano se descomponga en un haz de colores.

¿Dónde está el secreto de esa transformación? Todos deseamos y buscamos la felicidad, pero no es fácil acertar a ser felices. No basta conseguir lo que uno va buscando. No es suficiente satisfacer los deseos. La felicidad tampoco se puede comprar. Con dinero solo podemos comprar apariencias de felicidad, y así la felicidad ha sido sustituida por el placer, la comodidad y el bienestar, con lo cual no se consigue el gozo, la libertad, la experiencia en plenitud. Son hombres y mujeres de corazones opacos, no dejan pasar la luz y mucho menos la hacen de colores.

Jesús nos señala un camino de felicidad, dando un vuelvo total a nuestra manera de entender la vida. La verdadera felicidad es fruto de un seguimiento sencillo, entusiasta y fiel a Jesús.

Se nos presentan dos caminos. Tratamos de asegurar nuestra pequeña felicidad y sufrir lo menos posible, sin amor, sin tener piedad de nadie, sin compartir. O bien amar, buscar la justicia, estar cerca del que sufre, aceptar el sufrimiento necesario, creyendo en una felicidad más profunda. Cuando se ama de verdad y se siente uno amado por Dios, el corazón se hace transparente y deja pasar la luz de la vida haciéndola de colores.

La felicidad la deseamos todos. La santidad, no es una broma, es para todos. Todos estamos llamados a la santidad, pero no la de heroicidades y caminos extraordinarios, sino la que sigue el camino de las bienaventuranzas, haciendo realidad en la vida el programa del Reino de Dios. Vacíos de nosotros mismos para estar disponibles ante Dios, para que el Espíritu nos transforme en imagen de Cristo, si nosotros colaboramos.

Hay tantos tipos de santos y de santidad como situaciones humanas existen. El Espíritu del Señor sopla donde quiere, y Dios está allí donde un hombre o una mujer le responde con sencillez y generosidad.

La llamada a la santidad, que es para todos, es vocación a la felicidad y a la plena libertad de los hijos de Dios, como proclaman las bienaventuranzas de manera paradójica, pero real.