XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

Lucas 21, 5-19: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Lucas 21, 5-19: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”

Cada año, al final del ciclo litúrgico, se nos propone el discurso de las realidades últimas. Nos encontramos con un leguaje simbólico, con una serie de imágenes de matiz apocalíptico y escatológico.

Una interpretación literal de los textos nos lleva a imaginar un final de los tiempos catastrófico, como si todo tuviera que terminar de manera violenta y trágica en medios de grandes cataclismos: “Se alzarán pueblo contra pueblo… habrá grandes terremotos y en diversos países epidemias y hambres… habrá también espantos y grandes signos en el cielo”.

En el Apocalipsis se habla de “un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían desaparecido” (Apc 21,1). Este cielo nuevo y esta tierra nueva es la obra de Dios perfeccionando y completando lo que el hombre intenta hacer a lo largo de la historia.

El progreso, los avances tecnológicos, las grandes conquistas que el hombre, con su trabajo y esfuerzo, va logrando consigue una convivencia, un grado de bienestar que no es todo lo positivo que tendría que ser, puesto que la tensión y el sufrimiento no desaparece de la convivencia humana, y el bienestar no alcanza a toda la humanidad. En muchas ocasiones, esas conquistas alcanzadas por el hombre fomentan una autosuficiencia y prepotencia como si el hombre se bastara por sí mismo, originando el que esta tierra vaya como envejeciendo y se aparte cada vez más de la novedad que todos anhelamos.

Este mundo, obra del hombre tendrá un final, que si se describe con imágenes apocalípticas, es para expresar que lo que el hombre ha construido pensando en una permanencia inalterable, no tiene esa consistencia, porque no siempre tanto progreso y bienestar contribuye al bienestar de toda la humanidad, sino que levanta barreras creando discriminación y enfrentamientos. Las guerras, los conflictos, la amenaza terrorista ponen en evidencia de que el poder de los poderosos no es tan poderoso, ni la seguridad del progreso es tan indiscutible, haciéndose patente la inconsistencia del ser humano, su incapacidad para construir un mundo más digno y su impotencia para salvarse a sí mismo.

Es necesario saber lo que debe terminar, pero sobre todo es urgente decidir lo que debe comenzar. El final descrito en términos trágicos no habla de un final total. Es un derrumbe de lo que es frágil y caduco para comenzar algo nuevo, la plenitud del reinado de Dios. El mensaje de Jesús es de una confianza increíble: hay que seguir buscando el reino de Dios y su justicia, hay que trabajar por el hombre nuevo, hay que seguir creyendo en el amor. Todo esto exige, por una parte, perseverancia: “Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras alma”. Perseverancia que es paciencia, que no es fruto de debilidad, sino que supone fortaleza interior. La persona paciente moviliza todas sus energías para no doblegarse ante la adversidad y seguir luchando con firmeza. La paciencia no es virtud de un momento, sino un estilo de perseverar de forma pacífica pero tenaz, sin rendirse ante la dificultad.

Por otra parte el construir el amor supone estar en guardia contra los falsos mesías y falsos profetas portadores de anuncios catastróficos: “Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usando mi nombre diciendo: yo soy, o bien el momento está cerca, no vayáis tras ellos”. Ni catastrofismos, ni caminos utópicos. El único camino cierto para ese “hombre nuevo” es el de la conversión. La exigencia del cristiano encuentra su punto de equilibrio en lo concreto del compromiso cotidiano serio y sereno, evitando los extremos opuestos del fanatismo y la inercia.