Solemnidad de Pentecostés, Ciclo C

Juan 20, 19-23: Recibid es Espíritu Santo”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:


Juan 20, 19-23: Recibid es Espíritu Santo”
El domingo de Pentecostés es la culminación de la Pascua. Se cierra la cincuentena Pascual, centrada toda ella en el misterio de Cristo resucitado. El Espíritu Santo, gran don del Resucitado en la tarde de Pascua se hace presente en la Iglesia como fuerza transformadora. El contraste entre la situación de antes y después del don del Espíritu es fuerte, haciendo visible en los apóstoles la fuerza y el dinamismo de lo alto. El Espíritu actuando en la Comunidad mediante diversidad de carismas, servicios y funciones para la edificación de la misma Comunidad en orden a la misión que ha de realizar. Misión que tiene su origen en el envío, ya desde la primera tarde de Pascua: “Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid es Espíritu Santo” (Jn 20, 21-22).

El Espíritu Santo, que llevará a la plenitud de la verdad, como interiorización de la Palabra en el corazón del discípulo. Recordará también todo lo dicho por Jesús, no solo refrescando la memoria, sino actualizando la Palabra reveladora. Gracias a la actividad del Espíritu se profundiza en la fe, en la inteligencia de la revelación, nueva comprensión e interpretación de los acontecimientos, de un descubrimiento cada vez más sorprendente de la persona de Cristo. Profundización y comprensión no simplemente de tipo intelectual, sino existencial-vital.

Tal es la fuerza de la acción del Espíritu que de la contemplación brota una oración de súplica constante: “Ven, Espíritu Santo, ven y llena el corazón de tus fieles”.
Creemos en el Espíritu Santo como proximidad personal de Dios llenando el corazón de los fieles. Como fuerza y energía, luz y poder de gracia para orientar nuestra historia hacia la plenitud.
Necesitamos acrecentar nuestra sensibilidad ante el Espíritu, acoger responsablemente la acción de Dios que, desde lo más profundo de nuestro ser nos llama a caminar desde la hostilidad a la hospitalidad, desde el aislamiento egoísta hacia la fraternidad, del acumular para tener a la plenitud de ser.
Necesitamos Espíritu para que nos enseñe a dialogar como hermanos, que nos descubra que todos somos hermanos y todos podemos llamar a Dios: “Padre”. El Espíritu que nos libre de la amenaza de convertir nuestro mundo en una nueva Babel, incapaz de construir un futuro de fraternidad. El Espíritu que nos libre del radicalismo, intransigencia y sectarismo que nos alejan cada vez más de toda colaboración eficaz.
Ante esta necesidad del Espíritu, que tan abundante Cristo envía a su Iglesia, por una parte tengamos presente las palabras de Pablo a las primeras comunidades cristianas: “No apaguéis el Espíritu” (1Tes 5,19). Y por otra supliquemos con sencillez y esperanza: “Envía tu Espíritu, Señor, padre de los pobres, luz profunda, espléndido en tus dones”