La resurrección no es un acontecimiento del pasado que, con entusiasmo,
recordamos y celebramos cada año en Pascua. Es una realidad actual y
presente. Cristo resucitado no está enmarcado en unas coordenadas de
espacio y tiempo. Las ha superado. Por eso afirmamos la resurrección y
hablamos de ella en presente.
Es el acontecimiento central de nuestra fe y constituye el fundamento de
nuestra esperanza de la liberación total. Repetimos una y otra vez:
¡Cristo, vive! Y cantamos: ¡Aleluya, Aleluya! La resurrección de Cristo
hemos de vivirla como una experiencia presente que ilumina y renueve la
existencia. Cristo está hoy vivo, resucitando nuestra vida.
La resurrección de Cristo pone de manifiesto que Dios es alguien que
pone vida donde los hombres ponemos muerte. Nunca la humanidad se ha
sentido amenazada de muerte por tantos frentes que ella misma ha
desencadenado: guerras, violencia, opresión, marginación, explotación,
hambre, aborto, genocidios de tantos pueblos… Todo negación de la vida y
de la persona.
Rompiendo esta sombra de muerte irrumpe con fuerza la luz de la vida,
porque Cristo resucita. Resurrección que es lucha por la vida que hay
que iniciarla en el propio corazón de los humanos por los caminos de un
amor creador, una entrega generosa a los demás, una solidaridad
generadora de vida. Por la fuerza del Señor resucitado, el creyente debe
vivificar su existencia, resucitar todo lo que se le ha muerto y
orientar su energía hacia la vida, superando cobardías, perezas,
desgaste y cansancio.
La resurrección de Cristo nos impulsa a mirar el futuro con esperanza.
Vivir animados por la fe en la resurrección de Cristo es no permanecer
esclavo de las heridas y pecados que ha podido haber en el pasado. Esta
esperanza genera una manera nueva de estar en la vida. Todo está en
marcha. Todo es marchar hacia la plenitud.
Renovados por la resurrección el creyente se ha de hacer presente allí
donde se produce muerte, para luchar contra todo lo que ataque a la
vida. Así la resurrección de Cristo es acontecimiento actual, porque
quien le sigue es portador de vida y de esperanza liberadora.
La fiesta de pascua es una llamada a despertar en nosotros el coraje, la
ilusión, la esperanza cristiana, porque con la resurrección comienza la
realidad llena de luz y de alegría de que nos habla el Apocalipsis:
“Mirad que hago un mundo nuevo” (Apc 21,5).