II Domingo de Pascua, Ciclo A
Juan 20, 19-31: "Se llenaron de alegría al ver al Señor”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

Comentario:

Estamos en la Cincuentena Pascual. Cincuenta días para que la Resurrección de Cristo llegue a nuestra vida de creyentes.

La resurrección no es tanto una verdad que hay que creer, cuanto un acontecimiento a vivir, que impacte en nuestra vida y la transforme. Es la respuesta de Dios a la acción injusta y criminal de quienes han querido callar para siempre la voz de Cristo y anular de raíz su proyecto de un mundo más justo y fraternal. En el corazón de nuestra fe hay un Crucificado al que Dios le ha dado la razón.

Celebramos y nos alegramos en la resurrección de Cristo, cantando el aleluya pascual, expresión gozosa de sentirnos amados y salvados.

La realidad de la resurrección no afecta solamente a Cristo, también nosotros ya participamos de ella:
“Si hemos quedado incorporados a Él por una muerte semejante a la suya, ciertamente también lo estamos por una resurrección semejante” (Rom 6,5). Es un hecho bautismal. La humanidad resucitada de Cristo es ya un ámbito salvífico y factor decisivo que influye positivamente en nuestra vida y en el desarrollo de la historia. Como un hombre sumergido en una ciénaga que consigue, después de un gran esfuerzo, sacar la cabeza pudiendo respirar aire puro y transmitir oxígeno a los miembros todavía sumergidos en el barro. El es nuestra Cabeza y nosotros sus miembros (cfr. Efes 1,27). Algo de nosotros, nuestra Cabeza, ha resucitado y vive ya las condiciones de la vida definitiva, y desde esa dimensión influye salvíficamente en los que aún estamos sumergidos proporcionando el “oxígeno” que nos mantiene vivos y esperanzados.

La vida nueva del Resucitado es fuerza aglutinadora, fundamento de la Comunidad. Los discípulos dispersos se reúnen. Es la paz nueva e inconfundible:
“Paz a vosotros”, alegre saludo de Pascua. Paz como acogida del Espíritu de Jesús infundido a los suyos: “Recibid el Espíritu Santo”, aliento vital, fuerza que quita el pecado. Es a través del don del Espíritu como se quita el pecado. Fortaleza que destruye la cobardía, el desencanto y la desesperanza.

El Resucitado moviliza a los apóstoles poniéndolos en marcha hacia la misión evangelizadora. Con Jesús Resucitado en medio de la Comunidad, no es posible la pasividad, la rutina, ni la comodidad de la inercia. Donde está vivo el Espíritu del Resucitado se despierta la creatividad y se abren caminos nuevos de evangelización.

“Dichosos los que crean sin haber visto” Las experiencias pascuales terminaron en pocos días. Al parecer ya no tenemos experiencias semejantes. Y entonces ¿qué? La afirmación de Jesús a Tomás que quería pruebas palpables, nos abre el camino para el encuentro con el Resucitado. Desde la fe, cualquier obra buena que hacemos, por pequeña que sea, es experiencia de resurrección. Una sincera acogida desde la comprensión, una palabra de aliento, una mano tendida, un dominio de sí mismo, una contrariedad aceptada con fortaleza,… pequeñas cosas que brotan desde el amor, porque nuestra Cabeza respira aire puro y nos oxigena de esa vida nueva resucitada.

El encuentro con Jesús resucitado fue para los primeros creyentes una llamada a “resucitar” su fe y reanimar toda su vida. ¿No necesitamos escuchar con más fidelidad su Palabra y alimentarnos con más fe en su Eucaristía, para sentir su aliento recreador? Tarea para esta Cincuentena Pascual que se nos da como tiempo de gracias y salvación.lotado, emigrante, hambriento… El Vía Crucis es interminable. La gran crueldad son esos pueblos llamados “Tercer mundo”, “países subdesarrollados” por la explotación e injusticia, y por nuestra insensibilidad y falta de amor solidario.

“Mirad el árbol de la cruz donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Desde esa mirada se nos invita a la adoración y al agradecimiento. Pero corremos el riesgo de habernos acostumbrado a la cruz convertida en valiosa joya, en adorno de coronas de reyes, en condecoraciones para lucirlas en grandes ocasiones, o como amuleto que puede traer suerte y liberar de males.

El dolor del que sufre, el grito que desgarra es un fuerte toque de atención para mirar la cruz superando toda deformación. En la cruz está la salvación pero no de una manera mágica, sino dejando que ella ilumine, interpele, y nos fortalezca desde el amor que en ella se manifiesta. Desde la Encarnación el camino que conduce a Dios y lleva a la salvación pasa necesariamente por el amor al hermano, al pobre, al que sufre, al necesitado por aquello que leemos en la primera carta de san Juan:
“El que diga: Yo amo a Dios, mientras odia a su hermano es un embustero, porque quien no ama a su hermano a quien está viendo, a Dios, a quien no ve, no puede amarlo” (1 Jn 4,20).

San Ignacio de Loyola, al terminar la meditación de los pecados, invita al ejercitante a la contemplación de la cruz, y desde esa contemplación preguntarse: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por Cristo? Sin duda que no hablaba de memoria, sino de su experiencia porque en la Cruz encontró la salvación.