XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 15, 21-28: “Mujer, qué grande es tu fe”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“Mujer, qué grande es tu fe”

Contrasta la manera habitual de proceder de Jesús cercano, acogedor, atento, especialmente a los más necesitados, con las frases que dirige a la mujer cananea que acude a Él pidiendo cure a su hija: “Solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel”, y “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Frases duras que reflejan una seria discriminación levantando barreras ante una situación angustiosa que arranca un grito desgarrador: “Ten compasión de mi, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo”. Llamando a Jesús Hijo de David esta mujer reconoce que la misión de Jesús se limita a Israel. Era la manera de entender el mesianismo, hecho exclusivo para el pueblo de Israel.

Barreras que se derrumban. Jesús se siente, ciertamente, enviado al pueblo de Israel, llamado a ser luz de los pueblos “paganos”, y dentro de Israel a las “ovejas perdidas”, los más pobres y olvidados, los más despreciados y maltratados por la vida y la sociedad. La súplica angustiosa y confiada de la mujer pagana: “Ten compasión de mí” da al traste con aquella mentalidad discriminatoria, y cambia la actitud de Jesús que, conmovido por el sufrimiento de aquella mujer luchando con fe por su hija, adopta una nueva manera de proceder, como aparece a lo largo de su vida pública: primero es la persona humana, luego las leyes y la concepciones mesiánicas. El sufrimiento humano no tiene fronteras ni conoce el límite de las religiones. La compasión y la misericordia no pueden quedar encerradas solo en beneficio de unos “elegidos”, porque Dios no quiere ver sufrir a nadie.

La mujer, dando de lado a los prejuicios sociales, obliga a dialogar a Jesús que encuentra en esta mujer, sola y con una hija enferma, una fe que contrastaba con la incredulidad de sus paisanos. Jesús admira la grandeza de la fe de la cananea que, por amor a su hija, no duda en invocar al Señor con insistencia, a pesar de todos los obstáculos y dificultades. Esta fe rompe barreras abriéndose a la universalidad de todos que se ven en necesidad y se abren al amor de Dios. La manera de proceder de Jesús es siempre la misma. Atiende con prontitud a remediar el sufrimiento, puesto que el sufrimiento humano no conoce límites de ideologías y religiones. Por eso, tampoco la compasión y la misericordia pueden quedar aprisionadas en la propia religión.

La oración y la fe de esta mujer nos descubren, una vez más, que Dios está incondicionalmente a nuestro lado como gracia, liberación y compromiso de vivir. La súplica nos acerca a ese Dios que quiere nuestro bien y nuestra salvación definitiva por encima de todo mal. Si oramos a Dios no es para que nos ame más y se preocupe más de nosotros. Dios no puede amarnos más de lo que nos ama. Al orar somos nosotros los que tenemos que dejarnos transformar por su amor y su gracia abriéndonos a su voluntad salvadora.

La respuesta de Jesús: “Mujer, que grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”, abre nuevos horizontes. Yo no son sólo las “ovejas descarriadas de Israel”. Ya todos son hijos con derecho al pan de la salvación. Salvación que en Jesús es universal como se anunciaba en la noche de Belén como Buena Noticia para todos (cfr. Lc 2, 11), y en la Última Cena la Sangre sella la Nueva Alianza que ya es, también, para todos (cfr. Mc 14, 25).

La humilde mujer cananea, arrodillada con fe a los pies de Jesús, es una fuerte llamada y una invitación a recuperar en nuestra vida el sentido verdadero de la súplica confiada al Señor. La manera de proceder de Jesús nos interpela a superar posturas discriminatorias y excluyentes, porque por encima de todo está la persona humana.