XXV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Mateo 20, 1-16: ¿Vas a tener envidia porque soy bueno?”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“¿Vas a tener envidia porque soy bueno?”

A esta parábola se le podía llamar “del amo generoso” más que de los jornaleros de la viña. Ciertamente llama la atención la manera de comportarse el propietario de la viña que a todos los que manda a trabajar les paga el mismo jornal, un denario, sin tener en cuenta las horas de trabajo, el esfuerzo y el rendimiento de cada uno de los trabajadores. No deja de ser revolucionaria esta manera de actuar según nuestros esquemas y manera de pensar.

El dueño de la viña no se fija, a la hora de pagar, en el trabajo realizado por los distintos obreros que había contratado a distintas horas del día. Se fija más en lo que necesitan para vivir. Un denario, en aquel entonces, era la cantidad que se consideraba necesaria para alimentarse cada día.

Jesús rompe nuestros esquemas, sobre todo en la manera de concebir a Dios. Pensamos que Dios está pendiente de nuestros méritos, encerrándolo en nuestros cálculos, y proyectando en El nuestros intereses, intentando utilizarlo para nuestro provecho. Jesús pone de manifiesto la gratuidad de Dios, que es bondad y misericordia, frente a la religión y la moral del mérito. Los dones de Dios, su gracia, la llamada a la fe y la entrada en el Reino son inmerecidas siempre, efecto solamente de su bondad generosa. Nuestra vida cristiana no se puede estructurar sobre una contabilidad de haber/debe respecto de Dios, sino sobre su don y su gracia que nos precede siempre, esperando nuestra respuesta agradecida, nuestra colaboración libre y responsable.

Dios no está mirando nuestros méritos, sino nuestras necesidades. Procediendo Dios así no hace injusticia a nadie. Ofrece su amor y su salvación, incluso a los que pensamos que no se lo han ganado. Es Padre, y ya está dicho todo. Ante este Dios lo único que cabe es el gozo agradecido.

El “señor de la viña” es ese Dios que “da a todos un denario”, lo haya sudado o no, y responde a las protestas: “¿Vas a tener envidio porque soy bueno?”. Los que protestaban se quedaron sin respuesta. Ante el amor y la gratuidad no cabe reclamación alguna, ni presentar una lista de méritos.

Jesús nos presenta esta realidad fascinante de Dios, bueno con todos. Es para nosotros un mensaje que nos interpela. Esta manera de proceder es la que debe inspirar nuestras relaciones y nuestra convivencia. Calculamos y tenemos muy en cuenta los méritos de los demás. Valoramos a las personas por lo que tienen, hacen y nos aportan, estableciendo así diferencias y categorías que muchas veces son sangrantes y humillantes. Hablamos mucho de derechos humanos que hay que tener en cuenta para todos. Nos quedamos en palabras, calculando minuciosamente lo que el otro hace y qué merece según nuestro criterio. No siempre utilizamos el mismo rasero, la misma medida. Son los intereses personales los que priman, y no la persona con la que convivimos. Tanto has hecho, tanto te doy, y nos quedamos tranquilos pensando que obramos justamente.

La palabra de Dios nos pide dejar a un lado nuestras ideas, nuestros esquemas, no mirar tanto a lo justo contabilizando los méritos. Podemos creer que somos cristianos sin asumir el mensaje que Jesús nos ofrece, de un Dios cuyo amor y misericordia llega a todos, porque no mira nuestros méritos, sino lo que necesitamos para vivir como hijos suyos. Dejemos que este mensaje revolucione nuestra vida creyente, para ser, de verdad, testigos de un Dios no calculador, sino Padre amoroso.