XXXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán
Jua
n 2, 13-27: “El hablaba del templo de su cuerpo”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“El hablaba del templo de su cuerpo”

Coincide este Domingo con la fiesta de la Dedicación o Consagración de la Basílica de san Juan de Letrán en Roma. Es la Catedral del Papa, símbolo de la unidad de todas las Comunidades Cristianas entre sí y con Roma.

Fue la primera basílica que hubo en la Iglesia Católica. En principio fue un palacio que pertenecía a una familia que llevaba el nombre de Letrán. El emperador Constantino, primer emperador romano que concedió a los cristianos permiso para construir templos, se lo regaló al Papa San Silvestre que la convirtió en templo y consagró el 9 de Noviembre del año 324. Es la basílica más antigua de todas las basílicas de la Iglesia Católica, catedral del Papa, “Madre y cabeza de todas las Iglesias de la ciudad y del mundo”, como reza una leyenda en el frontis.

Celebrar el aniversario de la consagración de una Iglesia, no debe quedarse en el hecho de recordar una fecha y un acontecimiento más o menos importante, pero que a nosotros, como tal acontecimiento, poco nos puede afectar. Si celebramos la consagración de la Basílica de san Juan de Letrán es por lo que significa y simboliza para nuestra fe cristiana. Por una parte, siguiendo a san Agustín que dice: “Cuando recordamos la consagración de un templo, pensemos en aquello que dijo san Pablo: ” (cfr. 1Cor 3, 16-17). Ojala conservemos nuestra alma bella, limpia, como le agrada a Dios que sean sus templos santos. Así vivirá contento el Espíritu Santo en nuestra alma”. Hasta aquí san Agustín.

Según esto el verdadero lugar de culto a Dios ya nos es un recinto construido con más o menos arte, sino la persona humana, la vida toda del hombre porque,”ya ha llegado la hora en que los que den culto auténtico darán culto al Padre con espíritu y verdad” (Jn 4,23). No cabe, por tanto, esa postura ambigua que muchas veces manifestamos siendo una cosa dentro del templo y otra distinta en la vida.

Más, el edificio que nos acoge para el culto, construido con diversos materiales y elementos, pero que forman una unidad compacta y sólida, es todo un símbolo de lo que tenemos que ser los que formamos la Iglesia. Conservando y respetando la diversidad y la función de cada uno, hemos de sentirnos unidos apoyados en el mismo y único fundamento que es Cristo. Unidad pedida por Cristo al Padre en la Última Cena: “Que sean todos uno, como tú Padre estás conmigo y yo contigo… para que el mundo crea que Tú me has enviado” (Jn 17, 21-22). Unidad indispensable para la credibilidad del mensaje y acción de la Iglesia.

Unidad no sólo de los cristianos entre sí, sino de todas las Comunidades Cristianas entre sí y con la Iglesia de Roma, respetando y potenciando la idiosincrasia de cada una, pero valorando y fortaleciendo los lazos que unen a todas las Iglesias particulares puesto que todas tienen el mismo origen: la fe en Cristo; todas tienen la misma misión: “Id por el mundo entero pregonando la buena noticia a toda la humanidad” (Mc 16, 16); alentadas todas por el mismo Espíritu que todo lo vivifica, lo une y lo mueve, como el alma en el cuerpo humano (cfr. LG 7).

La celebración que vivimos este Domingo, día del Señor, ha de alentar la unidad en la diversidad; resaltar la tarea única de todo seguidor de Cristo: ser luz en el mundo y sal de la tierra (Mt 5, 13-14); fortalecer los lazos que unen a toda la Iglesia, conscientes de que en el sucesor de Pedro tenemos la piedra sobre la que Cristo edifica su Iglesia (cfr. Mt 16,18), porque tenemos un solo Señor, una misma fe, un solo bautismo y un Dios Padre que lo une
todo.