Solemnidad. La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María
Lucas 1, 26-38:
“El Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

 

“El Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres”

En el contexto del Adviento celebramos la fiesta de la Inmaculada Concepción de María. El Papa Pablo VI escribió que el tiempo de Adviento era seguramente el tiempo más adecuado para recordar y rezar a María. Ella está muy presente en el camino de espera de la venida del Señor. Ella misma es adviento, expectativa anhelante del nacimiento del Hijo de Dios que se ha encarnado en su seno. Acercarnos a María, en esta fiesta, puede llenarnos de esperanza, de optimismo y de alegría.

Libre de todo pecado desde su concepción, misterio de Dios en su relación con el hombre, es signo y garantía de esperanza porque si en Ella triunfó, de manera desbordante, la gracia es porque Dios quiere y ama al hombre. Si la fuerza del mal y del pecado ha sido vencida, de esta manera, en María, no son fuerzas invencibles, todos podemos gozar de salvación.

Dios toma la iniciativa: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Esta iniciativa es una invitación al gozo y a la confianza, porque siempre que Dios se acerca, huye la tristeza y el desamparo.

En el Adviento se nos invita a la alegría porque el Señor está cerca: “Estad siempre alegres en el Señor… El Señor está cerca” (Fil 4, 4-5). Dios se ha fijado en nosotros y nos ama apasionadamente; está con nosotros, nos perdona y nos llena de su Espíritu que nos transforma. En María, “el Espíritu Santo bajará sobre ti… te cubrirá con su sombra”. A nosotros “Dios envió a vuestro interior el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡Abbá! ¡Padre! De modo que ya no eres esclavo sino hijo” (Gal 4, 6-7)

Para María su grandeza y su felicidad están en que Dios la ama y la colma de su gracia. Lo que en Ella ha sucedido nos afecta también a nosotros, encontrando, en ese Dios que nos ama, paz, felicidad y seguridad. Lo que más necesitamos y más deseamos es ser amados y amar. A más amor, más dicha, más realización, más vida.

María fue dócil al Espíritu que la inundó. A su dictado rezaba y todo lo contemplaba en su interior; trabajaba y servía, “marchando a toda prisa a casa de Isabel”; con sensibilidad exquisita estaba atenta a lo que le rodeaba: “no tienen vino”; animada por el Espíritu unía a los discípulos en la vivencia del Señor resucitado.

Joven sencilla, israelita fiel, esperaba con fe la llegada del Mesías, que traería una vida nueva y más digna para todos: “Su brazo interviene con fuerza… Derriba del trono a los poderosos y levanta a los humildes” (Lc 1, 51-52). Se turba ante lo sorprendente de Dios: “Ella se turbó al oír estas palabras, preguntándose qué saludo era aquel” (Lc 1, 29). Dócil y atenta a la Palabra, con actitud confiada, se fía plenamente de Dios: “Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho” (Lc 1, 38). Entonces “la Palabra se hizo carne, acampó entre nosotros” (Jn 1, 14). Dios quiere venir entonces y siempre a nuestro mudo, necesitado de salvación. Para ello quiere en nosotros una actitud como la de María para “encarnarse” en nuestra vida ordinaria, ya que el Espíritu que hemos recibido es para ser testigos “hasta los confines del mundo” (Act 1, 8).

Fiesta de la Inmaculada. Acerquémonos con actitud filial a María. Vivamos con Ella el Adviento, tratando, como hijos, de hacer lo mismo que Ella hizo.