II Domingo despues de Navidad, Ciclo B
Juan 1, 1-18: “La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

“La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros”

Hemos contemplado la Navidad guiados por san Lucas, y encontramos a “un Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Ha sido una contemplación desde abajo. A pocos días de la navidad se nos invita a contemplar el mismo misterio desde arriba, desde la gloria divina que acompaña a la Palabra: “En el principio existía la Palabra… y la Palabra era Dios”. Guiados por la Palabra de Dios, acogida con fe, dejemos que su luz y fuerza nos llene y de sentido a nuestra vida. Palabra que es amor, diálogo, comunicación gozosa y alegría contagiosa.

Ya no es “el Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Es la realidad misteriosa de Dios que se hace diálogo empeñado en una relación interpersonal y filial con el hombre. Palabra que es origen de todo, porque “por medio de la Palabra se hizo todo”; que es vida y “luz verdadera que alumbra a todo hombre”. Esta realidad sublime que nos desborda, se traduce a nuestro lenguaje para que comprendamos que tal maravilla es salvación para los hombres: “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”.

Por caminos distintos Lucas y Juan llagan al mismo sitio. Lucas desde abajo y Juan desde arriba, pero los dos se encuentran en el Niño envuelto en pañales, Palabra de Dios echa carne, debilidad, pequeñez. Tal maravilla sólo se explica desde el amor misericordioso de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único”. (Jn 3, 16).

Viene para salvarnos. No pide nada, lo da todo. Viene a hacer el bien, no a deslumbrar, ni a juzgar. Viene a luchar contra las fuerzas que nos esclavizan: la ambición, haciéndose pobre; el orgullo, siendo un niño indefenso; la discriminación, salvador para todos los hombres por igual; la explotación, haciéndose servidor de todos… Con san Pablo podemos exclamar con gozo y gratitud: “Ha aparecido la bondad de Dios y su amor al hombre” (Tt 3,4).

Por parte de Dios no se puede dar más. Por parte nuestra…. Es el mismo san Juan quien nos advierte: “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron”. Incomprensible reacción del hombre, pero posible. Por una parte el amor, la paciencia, el respeto de Dios a sus criaturas. Por otra la posibilidad de un rechazo por parte del hombre. Todo esto nos puede parecer demasiado hermoso para ser verdadero. Buscamos grandezas, poder y tener porque nos pueden dar prestigio y seguridad. Dios se hace carne identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire y sufriendo nuestros problemas. Vamos tras el Dios que está en el cielo sin darnos cuenta de que está en la tierra con nosotros. Le buscamos fuera, en lugares sagrados, sin barruntarlo en nuestro interior. La Navidad choca con nuestros enfoques, escala de valores y aspiraciones. Cerramos las puertas a tan gran misterio, y nos quedamos, a lo más, con cuatro luces, con unos sentimientos superficiales y cierta emoción de unos villancicos.

Dios ha bajado a lo más profundo de nuestra existencia. Ha venido a habitar en el corazón de los hombres desde el amor y por amor. Espera una sencilla y agradecida acogida por parte nuestra con el riesgo de que nuestra ceguera le cierre las puertas.

Es posible, muchos lo han hecho, abrir de verdad los ojos y el corazón para contemplar al Hijo de Dios “lleno de gracia y de verdad”. Dejemos que nuestra vida se sienta penetrada por la luz, la verdad y el amor de Dios que se empeña en habitar entre nosotros.