II Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Juan 1, 35-42 “Rabí, ¿dónde vives?”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

“Rabí, ¿dónde vives?”

Hemos celebrado la Navidad, realidad desbordante del Dios-con-nosotros. Dios ha puesto su tienda en medio de nosotros, se ha hecho uno de nosotros ofreciéndonos la salvación que nos libera de tantas esclavitudes que condicionan nuestra vida.

Salvación que sólo será realidad desde una sincera y auténtica aceptación de Jesús. El Bautista lo señala como “el Cordero de Dios”. Para un judío el cordero tenía toda una connotación de expiación, de salvación. Por eso no es extraño que, ante la indicación del Bautista, dos de sus discípulos fueran tras Jesús. ¿Qué buscáis?” Fue la pregunta de Jesús.

Podíamos preguntarnos: ¿Qué buscamos en la vida? ¿Hacia dónde encaminamos nuestros pasos?
Queremos paz, felicidad, bienestar, seguridad, amor. Somos un deseo insaciable de algo que no poseemos. Pero, ¿dónde lo buscamos? El dinero, el poder, el sexo, el éxito son metas que se nos ofrecen como fuente de felicidad y bienestar. La experiencia nos da que, tras esos objetivos, siempre queda un vacío que inquieta y angustia. Es otro el camino que nos lleva a lo que deseamos.

“¿Qué buscáis?” La respuesta de los dos discípulos es otra pregunta: “Rabí, ¿dónde vives?” Pregunta cargada no sólo de curiosidad, sino también de un deseo profundo de verdad. El ¿dónde vives? Equivaldría a ¿qué es para ti vivir?, ¿cómo orientas tu vida? La respuesta es una invitación: “Venid y lo veréis”. El evangelista añade: “Lo acompañaron y vieron dónde vivía y se quedaron aquel día con Él”. La felicidad, la paz, la seguridad no está en las cosas, sino, fundamentalmente, en una convivencia amigable con las personas, en una relación que nos une, nos ayuda, nos enriquece con toda la realidad del otro.

Como cristianos, ¿qué buscamos al creer en Jesús? Necesitamos encontrarnos con Jesús superando una actitud de indiferencia, apatía e insensibilidad ante la propia vida y la de los demás. Estar con Jesús es una manera de expresar esa relación personal que es origen de la fe. Porque creer en Jesús no es tener una opinión sobre Él, saber algunas cosas de las que hizo y dijo; no es pensar en Él como alguien lejano y ausente, ni como legislador que da normas y preceptos. Creer en Jesús es vivir la experiencia de una relación personal y vital con Él porque es alguien que está en mi vida. Creer en Jesús es dejarse seducir por su misterio, intuyendo la fuerza de su amor por el hombre, su preocupación por lo débil y pequeño, y su confianza plena en la salvación que Dios nos ofrece en Él. Es vivir como vivió El con libertad, alegría y responsabilidad. Por eso ser cristiano es sentir como sentía El, “revestirse de Cristo” en frase de san Pablo (cfr. Gal 3,27), captando el espíritu que le hace vivir de una manera sencilla, pero nueva, en lo normal de la vida diaria. Estar con El y permanecer con El en una relación personal en convivencia amigable. Dar cabida en nuestra vida a Alguien, dejarnos acompañar por su presencia, no encerrándonos en nosotros mismos, sino descubriendo, poco a poco, que conocer a Jesús, acogerle con sencillez hace bien y es fuente de paz.

Pero, ¿cómo sabremos que vamos cambiando para vivir al estilo de Jesús? La respuesta la tenemos en este pasaje del Evangelio. Andrés, que fue uno de los que estuvieron con Jesús, con entusiasmo le dice a su hermano Simón: “Hemos encontrado al Mesías…. Y se lo presentó a Jesús”.

La autenticidad de nuestro encuentro con Jesús impulsa a la comunicación entusiasta y gozosa de lo que se ha vivido. Ser cristiano es también contagiar la experiencia del encuentro con Jesús para que otros puedan tener un encuentro salvador. El mismo Jesús, antes de subir al cielo, les dijo a sus discípulos que fueran sus testigos hasta los confines del mundo (cfr. Act 1, 8). Testigo es quien transmite no un saber, sino un vivir resultado de una experiencia vital y personal.