V Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
Marcos 1, 29-39: “Curó a muchos enfermos de diversos males”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

“Curó a muchos enfermos de diversos males”

Los tres evangelios sinópticos recogen la clara afirmación de Jesús: “No hay Dios de muertos, sino de vivos” (Mt 22,32). Es decir, Dios apuesta fuertemente por la vida, ya que es el gran regalo de Dios y el gran don que puede disfrutar el ser humano.

No es de extrañar, por eso, de que Jesús cure a tantos enfermos, acoja con amor a los desvalidos, sane a los enajenados y ofrezca, generosamente, su perdón a los pecadores. Todo esto pone de manifiesto que Jesús ama la vida, aún la más deteriorada y aparentemente inútil; siente gran interés por el hombre y de manera especial por los más desvalidos, y vive la pasión por la liberación de todo mal. No es extraño que aparezca rodeado de enfermos, posesos, de aquellos que les falta la vida: “Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios”.

Jesús no es un curandero. Sus milagros no han solucionado la trágica situación de la historia dolorosa del hombre, pero sí, que su manera de proceder, proclama su amor por la vida, buscando apasionadamente la felicidad, la salud, el gozo y la plenitud del ser humano. El ha abierto un camino, ha puesto en marcha un proceso que hay que llevar adelante luchando con tesón e ilusión contra todo mal.

Esta actitud de Jesús contrasta con lo que Juan Pablo II llamó “la cultura de la muerte” que tan cruelmente se nos impone. Por desgracia nos vamos acostumbrando al hecho de la muerte que nos lo hace tan presente los medios de comunicación: guerras, genocidios, violencia de género, accidentes de tráfico, muerte de los no nacidos, miseria en el tercer mundo, estructuras injustas que hunden a los más débiles en la miseria y la marginación… La lista de las causas de muerte en nuestra sociedad es interminable.

A todo esto, siendo tan trágico, hay que añadir la indiferencia con que escuchamos todas estas noticias de muerte. La apatía se va apoderando de los que vivimos “tranquilos” con el riesgo de hacernos incapaces de amar la vida y de comprometernos con los que no pueden vivir felices. La actitud de Jesús es una fuerte llamada que ha de sacudir nuestras vidas y preguntarnos ¿qué puedo hacer para cuidar la vida, no solamente la mía, sino también la de aquellos con los que convivo abiertos siempre a los que están más distantes?

Con esa actividad de Jesús a favor de los enfermos y los débiles contrasta el dato que nos recoge el evangelio de este domingo: “de madrugada se marchó al descampado y allí se puso a orar”. El contacto asiduo e íntimo con el Dios de la vida hace que en Jesús se mantenga viva esa disponibilidad de servicio y entrega porque, además, eran muchos lo que le buscaban, y así recorría toda Galilea.

Como cristianos no podemos olvidar el interés y el aprecio por la vida buscando siempre la felicidad del hermano, teniendo en cuenta que esa actitud de amor y de defensa por la vida nace y se sostiene por haber descubierto a Dios que ama apasionadamente la vida y que el contacto asiduo con El contagia ese amor por la vida.