II Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Marcos 9, 2-10: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal

 

 

“Este es mi Hijo amado, escuchadle”

En el camino hacia la Pascua nos encontramos en este segundo domingo de Cuaresma con el episodio de la Transfiguración de Jesús. Transfigurarse es cambiar de figura, de imagen, de estilo. El evangelista lo concretiza diciendo que “los vestidos de Jesús se volvieron de un blanco deslumbrador”. Todo se realiza en lo alto de un monte, lugar de encuentro con Dios según la mentalidad judía de entonces.

Subir al monte como señal de alejamiento de lo sencillo y poco exigente; como búsqueda del encuentro con Jesús, que dice la verdad, porque El es la Verdad; que sabe por qué vivir, porque es el Camino; y sabe por qué morir, como “el grano de trigo que cae en la tierra y muere dando fruto abundante” (Jn 12, 24), porque es la Vida. Así nuestra vida empieza a iluminarse con una luz nueva, descubriendo con El y desde El la manera más humana de enfrentarse con la vida, detectando dónde están los posibles errores y equivocaciones de nuestro vivir diario como cristianos. Por ahí va la seguridad de un cambio verdadero, de una conversión sincera.

El “blanco deslumbrador” de los vestidos de Jesús, nos recuerda la vestidura blanca de nuestro bautismo, signo la nueva vida nacida de las aguas bautismales, indicando que la meta de la conversión no es quitar unas manchas, unos pecados, sino renovar, con ilusión, nuestro ser cristiano.

En el Bautismo nos vinculamos a Cristo, como nos recuerda san Pablo (Rom 6,3). Ya no estamos solos. Alguien cercano nos libera del desaliento, del desgaste y la desconfianza. Nos invita a buscar la felicidad de manera nueva. Nos alienta a confiar plenamente en el Padre, a pesar de nuestro pecado. Por eso el Padre deja oír su voz: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”, porque ser creyente es vivir escuchando a Jesús.

Al renacer en el Bautismo, recibimos una fuerza transformadora que nos lleva a vivir el hombre nuevo. Es todo un reto a realizar en la vida como seguidor de Jesús, buscando caminos más en consonancia con el momento presente, sin miedos a asumir tensiones y conflictos por buscar la fidelidad al Evangelio, dejando los caminos trillados de siempre. Miedo sintieron los apóstoles en el monte al ver a Jesús transfigurado. El mismo Jesús es quien se acerca, los toca y les dice: “Levantaos, no tengáis miedo”, detalle del relato de Mateo, porque el contacto personal y sincero con Jesús vence todos los miedos.

Pedro, entusiasmado por la visión, quería permanecer en la montaña: “Maestro, qué bien se está aquí”. Hay quienes creen que se puede ser fiel a Dios, sin preocuparse del mundo, de los demás. Cristo no nos lleva a que nos desentendamos del mundo, sino que nos envía al mundo para ser luz y sal (cfr. Mt 5, 13-14). Hay que bajar de la montaña al quehacer diario de la vida con una luz y una energía nuevas, porque quien se abre intensamente a Dios y se encuentra con Jesús, siente con más fuerza la injusticia, la explotación, el desamparo y marginación que sufren tantos hermanos nuestros.

El proceso de renovación cristiana está claro: subir a la montaña para distanciarse de lo rutinario y de lo poco exigente; entrar en contacto con Dios desde una sencilla oración; atentos a la escucha de Jesús como Palabra orientadora; bajar con entusiasmo y responsabilidad para que otros puedan encontrar el camino de la transfiguración. Tarea apasionante y liberadora sostenida por esa sencilla súplica: Oh Dios, dame un corazón que sepa escuchar la Palabra de tu Hijo y el dolor de mis hermanos.