III Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 2, 13-25: “No convirtáis en un mercado la casa de Dios”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“No convirtáis en un mercado la casa de Dios”

Claras y duras son estas palabras de Jesús. La acción de la expulsión de los mercaderes del templo fue determinante en el juicio religioso del proceso de Jesús. Muchas cosas quiso Jesús poner en su sitio durante su vida pública. Una de ellas, y no de poca importancia, es el verdadero sentido de nuestras relaciones con Dios.

Se ha afirmado que ser cristiano es descubrir que Dios es Buena Noticia. No nos hemos hecho cristianos porque hayamos descubierto que Dios es algo bueno para vivir. Nos bautizaron cuando éramos pequeños, y se nos ha inculcado que ser cristiano era ser buena persona, no pecar, rezar con más o menos frecuencia, practicar los sacramentos, guardar los mandamientos. Así vivimos cargados de prácticas y preceptos sin saber exactamente por qué creer y sin experimentar que Dios es alguien especialmente gozoso. Esto nos ha llevado a formarnos una idea de Dios un tanto distorsionada.

Pensamos en Dios todopoderoso, y por eso acudimos a El para que nos ayude en momentos difíciles de la vida. Un legislador que dicta unas leyes que tratamos de cumplir como una carga pesada y no como un camino de libertad y seguridad en nuestra realización como personas. Dios como un sentimiento más o menos profundo que puede consolar, pero que no está siempre presente en nuestra vida por lo que fácilmente nos olvidamos de El. Alguien que nos vigila llevando una contabilidad exacta de nuestros actos para premiar a los buenos y castigar a los malos. Así es fácil caer en cierto “mercantilismo religioso” respecto de Dios. Hacemos actos de culto para quedar bien con El y tenerlo “contento”. Hacemos promesas para obtener de El algún beneficio. Cumplimos ritos para tenerlo a nuestro favor.

La fe no nos llena de alegría, sintiendo, muchas veces, la religión como un peso. Por eso la fe se va debilitando poco a poco más que por razones convincentes, por comodidad, cansancio y aburrimiento. Dios es “cualquier ser abstracto”, y no una Buena Noticia capaz de poner alegría en la vida.

Hemos de preguntarnos, ¿son nuestros templos lugares donde nos encontramos a gusto con Dios, Padre de todos, o lugares en que tratamos poner a Dios a nuestro servicio? El encuentro con Dios ¿es fuente de luz, paz y fortaleza en la vida llevándonos a un serio compromiso en la construcción de un mundo más justo y humano? Nuestros rezos y prácticas religiosas ¿son el cumplimiento de una obligación rutinaria y aburrida, o el medio de adquirir un talante y actitud de verdadero creyente y verdadera fraternidad, y celebrar con gozo la salvación?

La denuncia de Jesús: “habéis convertido en un mercado la casa de mi Padre”, es una seria llamada de atención para una sincera conversión a la auténtica relación con Dios, para que la religión nos llene de alegría y no sea una carga pesada que hay que soportar. Para que todo lo relacionado con la fe no lo vivamos con desconfianza y recelo, sino como realidad que llena de paz y es capaz de dar un sentido gozoso e ilusionante a la vida.

La conversión a la que se nos llama en la Cuaresma ha de tener, como tarea prioritaria, el campo de nuestras relaciones con Dios. Ver qué lugar ocupa en nuestras vidas de creyentes y cómo lo concebimos y vivimos, como una imposición y pesada obligación, o como Buena Noticia de alegría, amor y salvación.