V Domingo de Cuaresma, Ciclo B
Juan 12,20-33: “Señor, quisiéramos ver a Jesús”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“Señor, quisiéramos ver a Jesús”

Precisamente fueron unos gentiles los que se acercaron a Felipe porque querían ver a Jesús. Su fama se había extendido de manera sorprendente y muchos, aquejados de males, le buscaban para que les solucionara sus problemas. No dice el Evangelio que estos gentiles pasasen por una circunstancia adversa. Tal vez fue la curiosidad lo que les movió a querer conocer a personaje tan famoso.

Felipe, sin duda, se lo comunicaría a Jesús que no se desentiende del deseo de ser conocido, sino que aprovecha la ocasión para mostrar la realidad de su persona y misión, deshaciendo la idea errónea de curandero y milagrero.

Jesús se compara con el grano de trigo que se siembra, muere y por eso es fecundo. El Hijo de Dios se sembró en la tierra de nuestra humanidad, se entrega por amor con la máxima manifestación de “dar la vida por los que ama” (Jn 15,13). El fruto es tan abundante que, después de más de veinte siglos, sigue siendo el centro de muchas vidas. Quiere que sus seguidores sigan el mismo camino por lo que afirma: “el que se ama a sí mismo se pierde, el que se olvida de sí mismo, gana”.

Seguirle no ha de ser por su poder de remediar males, sino atraído por su actitud de servicio porque “no ha venido a ser servido sino a servir” (Mt 20,28). Su seguidor es quien, de verdad, orienta su vida buscando hacer el bien sin mirar a quien, y no aprovechándose de situaciones muchas veces inconfesables.

Jesús se manifiesta angustiado por lo que se avecina. Está cerca la celebración de la Pascua barruntando lo que podía sucederle por el rechazo de parte de los poderosos del pueblo. No le importa exteriorizar su angustia, miedo y temor. Era un hombre como nosotros. En el huerto de Getsemaní esos mismos sentimientos de angustia inunda plenamente a Jesús.

La debilidad humana, las limitaciones de nuestra naturaleza no han de ser obstáculos para seguir a Jesús. Hay que aceptarse así, no somos seres superdotados. Reconocer con sinceridad estas limitaciones que originan angustia y temor pueden convertirse en un buscar la fuerza de Dios, como Jesús que oyó la voz que le sostenía: “lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. La presencia de Dios, Padre amoroso, no es para cambiar radicalmente el rumbo de los acontecimientos, sino para acompañar y fortalecer siempre y más en los momentos difíciles.

Jesús, fiel a su misión sin amedrentarse por lo que tenga de dificultoso, puede presentarse como fuente de salvación: “cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

No es el Jesús de los milagros, sino el que se entrega para que otros vivan; el que reconoce su debilidad pero confía en el amor y la fortaleza del Padre; el que sirve siempre sin condiciones ofreciendo una garantía de salvación. ¿Es ese el Jesús que nosotros queremos conocer? Aquellos gentiles se acercaron a Felipe para que los llevara a Jesús. Si a nosotros se acercara alguien pidiendo una ayuda para conocer a Jesús, ¿cómo reaccionaríamos? ¿Qué Jesús le mostraríamos? El de las imágenes más o menos devotas y artísticas que paseamos por nuestra calles los días de Semana Santa, o el del Evangelio porque, de verdad, lo llevamos en el corazón y se transparenta en nuestra vida.