V Domingo de Pascua, Ciclo B.
San Juan 15,1-8:
“El que permanece en mí, y yo en él, ése da fruto abundante”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“El que permanece en mí, y yo en él, ése da fruto abundante”

San Pablo, al hablar del Bautismo, utiliza una expresión muy significativa: “Porque si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección” (Rom 6,5). Injertados, incorporados, está indicando una estrecha unión con Cristo, una unión vital que supone comunión de vida como fruto del nuevo nacimiento por el bautismo.

En el ambiente de Pascua, que estamos viviendo, para renovar nuestra vida cristiana, hemos de tener muy en cuenta que esa renovación no será fruto de unos propósitos, más o menos generosos, que nos marquemos, sino de revitalizar más nuestra unión con Cristo. La parábola de la vid y de los sarmientos claramente nos lo dice.

Todo sarmiento que está vivo da fruto porque está unido a la vid. La vida cristiana no consiste en “hacer cosas cristianas” como rezar, asistir a Misa, visitar un santuario de la Virgen, dar alguna limosna, ser miembro de una cofradía… Todo eso se puede hacer, y se hace muchas veces, sin una unión vital con Cristo desde la fe, no como una simple aceptación de verdades, sino como una relación personal con Cristo fruto de un encuentro vital. Sin esa relación vital la fe se convierte en confesión de una verdad, vacía de contenido y de experiencia viva, sin dinamismo cristiano y sin capacidad de crecer en amor y fraternidad con todos. El aislamiento de Cristo, fuente de vida, conduce, poco a poco, a un “ateismo práctico”, pues de poco sirve seguir confesando fórmulas cristianas, si no se vive la comunicación cálida, gozosa y revitalizadora con Jesús resucitado.

La Pascua es tiempo privilegiado para revitalizar nuestra fe, ya que la resurrección de Cristo es el fundamento de la misma: “Si Cristo no ha resucitado, vuestra fe es ilusoria” (1Cor 15,17). Creer no es afirmar que debe existir Algo último en alguna parte, sino descubrir a Alguien que nos hace vivir superando nuestra impotencia, nuestros errores, nuestro pecado. Hay cristianos que a veces “practican la religión” sin contacto alguno con el Resucitado llevados por la costumbre, la inercia o por cierto sentimentalismo religioso. La verdad y la fuerza de la fe se descubren cuando se vive en relación con Cristo resucitado, descubriendo que Dios no es una carga, una amenaza, un desconocido, sino Alguien que pone nueva fuerza y nueva alegría en el vivir cotidiano, impulsando a enfrentarse a los problemas en nuestra vida.

“El que permanece en mi y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada”. Para dar fruto necesitamos la sabia de la Vid, que es Cristo, por medio de un contacto con El en la oración; por la lectura asidua de la Palabra de vida; en medio de nuestro trabajo y actividades guiados por la luz de su vida; valorando y viviendo el sentido comunitario de la fe por aquello de “donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20); en el hermano, principalmente el más necesitado porque “cada vez que lo hicisteis con un hermano mío de esos más humildes, lo hicisteis conmigo” (Mt 25, 40); en las pruebas y contrariedades de la vida porque los sarmientos han de ser podados para fructificar más (Jn 15,2).

La fe en Cristo resucitado y el amor a los hermanos han de configurar nuestra vida personal como cristianos y la de la comunidad cristiana nacida de la Pascua del Señor. Permanecer en Cristo y dar fruto son dos ideas claves en la vida cristiana. El contacto con Cristo es vida y fuerza interior, capacidad y aguante para transformar la realidad y vencer el mal dentro y fuera de nosotros. Este es el secreto para vivir la vida nueva que recibimos en el Bautismo.