Solemnidad: La Ascensión del Señor, Ciclo B.
San Marcos 16,15-20:
“El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo”

El sentido de la Ascensión del Señor está expresado claramente en san Pablo: “Cristo, a pesar de su condición divina… se despojó de su rango… se abajó, obedeciendo hasta la muerte… Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió un título que sobrepasa todo título” (Fil 2,5-8). Es el respaldo, el refrendo de toda la vida y la obra de Cristo. Si su última palabra antes de morir fue: “Queda terminado” (Jn 19, 30), en la Ascensión podemos decir que el Padre añade: “y bien terminado”.

Todo lo que hizo Jesús se puede comparar con una buena semilla que ha caído en nuestra tierra para que fructifique abundantemente, porque El “ha venido para que tengamos vida y vida abundante” (Jn 10, 10). Por eso la Ascensión del Señor tiene un doble aspecto: uno la glorificación plena de Jesús, y el otro el hacer que esa semilla vaya dando su fruto a lo largo de la historia. Es el mismo Jesús quien impulsa a los suyos a esa tarea: “Id por el mundo entero pregonando la buena noticia a toda la humanidad” (Mc 16,15). Ya lo había anunciado anteriormente: “No me elegisteis vosotros a mi, fui yo quien os elegí a vosotros y os destiné a que os pongáis en camino, deis fruto, y un fruto que dure” (Jn 15,16).

La Ascensión, en su dimensión de glorificación, nos lleve a hacer nuestras las palabras del salmo 46: “Pueblos todos batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo”, como expresión de alabanza y gratitud, porque “el Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (Sal 126,3), sabiendo que la ascensión de Cristo es ya nuestra victoria, alentando un sentimiento vivo de esperanza. Pero es también, un compromiso. Los apóstoles, según el relato de los Hechos, se quedan con la mirada fija en el cielo donde ha desaparecido el Señor, siendo amonestados por dos varones vestidos de blanco: “¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?” con nostalgia, con añoranzas. A lo largo de la historia se ha acusado a los cristianos de mirar demasiado al cielo olvidando el quehacer en la tierra. Por otra parte hoy quizás las cosas han cambiado. Son bastantes los cristianos que han dejado de mirar al cielo. Olvidar el cielo no conduce automáticamente a preocuparse con mayor responsabilidad de la tierra. Ciertamente hemos de mirar al cielo, es decir, a la vida y al mensaje de Jesús, al Dios Padre que nos ofrece siempre su amor, a la felicidad plena a la que estamos llamados. Pero hemos de hacerlo sabiendo que nos urge el compromiso en la tierra presente para logar un mundo más justo y humano, acercando así la tierra al cielo.

Cercanía que hay que concretar en conseguir una mayor justicia y libertad para todos; en derribar muros que dividen y discriminan; en apagar odios y rencores encendiendo el fuego del amor y la aceptación; en desterrar todo engaño y mentira; en hacer desaparecer toda explotación y corrupción. Desde el cielo, desde el mensaje y la salvación de Jesús se proyecta sobre la tierra una luz, una fuerza que hará fructificar la semilla plantada por Jesús pero que hemos de cultivar nosotros iluminados y sostenidos por el Resucitado. El no se ha ido desentendiéndose de este mundo, sino que está con nosotros hasta el fin del mundo (cfr. Mt 28,20), para que su Palabra nos ilumine y oriente; nuestra oración sea más íntima y verdadera; nuestra mano tendida al hermano esté siempre abierta, y para que el compartir el dolor del que sufre sean fuente de fortaleza y esperanza.

Estos detalles pequeños de amor y comprensión de la vida ordinaria es vivir en actitud de ascensión para que, como miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino.