Solemnidad: Domingo de Pentecostes
San Juan 20, 19-23:
“Recibid el Espíritu Santo”

Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal  

 

“Recibid el Espíritu Santo”

Con trazos claros y sencillos describe san Juan la escena del atardecer de aquel primer día de la semana: los discípulos reunidos, atrancadas las puertas por miedo a los judíos. El Resucitado se hace presente saludando con la paz. Se da a conocer y los miedosos se llenan de alegría. Exhala su aliento, les comunica su Espíritu y los envía a extender la salvación: “Como el Padre me ha enviado, así os envío yo también”. Fue con una gran explosión de amor y de vida. Es lo que celebramos en esta fiesta con la que finalizamos la Cincuentena Pascual.

Pentecostés quiere decir “el quincuagésimo día”, nombre con que los judíos designaban la Fiesta de las Semanas. Fiesta que, en principio, tenía un matiz agrícola ya que celebraban el comienzo de la recolección. Con el tiempo esta fiesta se convierte en religiosa celebrando el gran fruto de la Pascua: el don de la Alianza del Sinaí.

San Lucas encuadra el acontecimiento de la venida del Espíritu Santo en el ámbito histórico y religioso de esta fiesta judía. Da un detalle que no es sólo un dato cronológico, sino que, en su narración, destaca el hecho de un “acontecimiento”: “cuando se cumplió el día de Pentecostés” (Act 2, 1), subrayando el cumplimiento de una promesa. Estamos ante la plenitud de la Pascua de Jesús.

En el Pentecostés cristiano, la gracia de la Pascua se convierte en vida para cada uno de nosotros por el poder del Espíritu Santo, mediante una alianza indestructible, porque está sellada en nuestro interior: “El amor que Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rom 5,5). “Hemos recibido un Espíritu que nos hace hijos y nos permite gritar. ¡Abbá! ¡Padre!” (Rom 8, 16).

En esta ocasión, en la narración de san Lucas, el Espíritu se manifiesta en el viento y en el fuego. Un viento impetuoso llenó toda la casa donde se encontraban. El viento en la Biblia está asociado al Espíritu Santo, es el “soplo vital” de Dios. “Sopló sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu Santo”.

“Vieron aparecer unas lenguas como de fuego” (Act 2,3). También el fuego, en la Biblia, está asociado a las manifestaciones poderosas de Dios. Viento que sacude y empuja. Fuego que purifica, ilumina y calienta. El Espíritu Santo es la fuerza del amor de Dios que transforma y mueve, como viento que sopla en dirección al envío evangelizador.

El “viento” se convierte en “soplo” santo que inunda a todos los reunidos y las “lenguas como de fuego” se convierten en nuevas “lenguas”, en una capacidad nueva de expresión. Es el primer cambio en la vida de los discípulos de Jesús. Esta capacidad nueva de comunicarse se convertirá en el lenguaje de un amor que se la juega todo por los otros, que ora incesantemente, que perdona y se pone al servicio de todos, porque el don del Espíritu es el don del amor de Dios.

Celebramos, actualizando, el acontecimiento de Pentecostés, plenitud del misterio de la Pascua en la efusión del Espíritu Santo, amor personal del Padre y el Hijo, amor que es vida, alegría y felicidad. Es Dios mismo vaciándose en el hombre y moviéndolo internamente para que se abra amorosamente al hermano y se arroje confiadamente en los brazos del Abbá-Padre. El Espíritu es Dios entrañado. Dios en nosotros como el ungüento que penetra, como el agua que se bebe, como el aliento que se respira, como la savia que vivifica, como la luz que, desde dentro, ilumina. “Mora en vosotros y en vosotros está”, dice Jesús (Jn 14,17). Ya nunca estaremos solos, nos acompaña como luz y fuerza, generosidad y consuelo. Por eso hoy y siempre hemos de suplicar confiadamente: ¡Ven, Espíritu Santo, ven!, y enciende en nosotros el fuego de tu amor.