Solemnidad: La Santísima Trinidad, Ciclo B
San Mateo 28,16-20: “Bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”
Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
“Bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo”
El comienzo de nuestro ser cristiano está marcado por el Dios Uno y Trino. Somos
bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Este hecho,
de bautizarse en el nombre de la Trinidad, puede parecer intrascendente, y sin
embargo, es fundamental en nuestra vida cristiana. Nos marca de manera
incuestionable. Así debía de ser en la realidad, aunque por desgracia la
costumbre, la rutina y la ignorancia nos desconectan de este manantial de vida y
amor.
Para la inmensa mayoría de los cristianos el Bautismo es un rito al que nos
llevan nuestros padres en edad muy temprana. Lo recibimos sin darnos cuenta. Al
principio no fue así. Quien pedía el bautismo entraba en un largo proceso de
preparación, acompañado por la Comunidad Cristiana, en el que iba descubriendo
la fe que profesaría, y avanzando en la asimilación de esa fe, no como un elenco
de verdades, sino como un nuevo estilo de vida, como nos recuerda san Pablo en
la carta a los Romanos 6,4.
Cuando llegaba el momento de ser bautizado, antes de sumergirse en las aguas
bautismales, el neófito hacía profesión de fe que no era recitar una fórmula,
sino la manifestación de que había comenzado un nuevo camino y que estaba
dispuesto a seguirlo en el seno de la Comunidad..
Creer en Dios Padre es aceptar a un Dios cercano, benévolo y providente como un
padre en el que se puede confiar porque ama entrañablemente. Es reconocer que es
el origen de todas las cosas como manifestación de su bondad, generosidad y amor
desbordante. Es tenerle presente como meta a la que estamos destinados. De sus
manos salimos, en sus manos descansaremos. Si Dios es Padre, nuestra actitud en
la vida ha de ser de confianza plena, de docilidad sincera y de oración
confiada.
Creer en Dios Hijo, igual al Padre, es reconocer que Dios no se encierra en sí
mismo, sino que se da todo a sí mismo como el padre y la madre dan su propia
naturaleza al hijo. Bautizarse en el Hijo supone una verdadera configuración con
El, orientarse en la vida en la trayectoria por El trazada, ya que es “El
Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6).
Creer en el Espíritu Santo es dejarse inundar por el amor personalizado entre el
Padre y el Hijo. Al ser bautizamos en el Espíritu Santo nos sumergimos en la
santidad de Dios que nos purifica, nos llena de vida nueva haciéndonos hijos de
Dios y templo suyos puesto que se queda con nosotros y nos alienta y capacita
para amar con su mismo amor.
La Trinidad es unión, comunión y comunidad de personas. Creer en la Trinidad es
optar por la caridad, la fraternidad, el respeto y la libertad. Exige no sólo
vivir la comunión, sino sembrar la comunidad poniendo paz donde haya
enfrentamiento, respeto donde haya marginación, justicia donde hay exclusión, y
libertad donde haya opresión y tiranía.
De niños aprendimos a trazar la cruz sobre nosotros mismos invocando al Padre,
al Hijo y al Espíritu Santo. Es la señal de cristiano que debe orientar nuestro
caminar diario recordando a un Dios Padre cercano, a un Dios Hijo entregado por
nosotros, y a un Dios Espíritu Santo que nos impulsa como viento impetuoso y nos
purifica como fuego abrasador. Hacer la señal de la cruz nos debe recordar que
los pensamientos que elabore nuestra mente, las palabras que pronuncie nuestra
boca, los sentimientos y deseos que nazcan en nuestro corazón, y las acciones
que realizamos con nuestro trabajo, sean las de un hombre o mujer que vive “en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.