Solemnidad: Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Ciclo B
San Marcos 14,12-16.22-26: “Haced esto en memoria mía”
Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
“Haced esto en memoria mía”
Es el mandato del Señor en la Última Cena. Así actualizamos, presencializamos la
entrega incondicional y amorosa de Jesús, hecho pan de vida y bebida de
salvación para que “tengamos vida y vida abundante” (Jn 10,10).
La fidelidad de la Iglesia, a lo largo de los siglos, a este mandato del Señor,
ha hecho que la Eucaristía, “fuente y cumbre de la vida cristiana” (LG 11) sea
una realidad gratificante en nuestra vida. Es la presencia real, sacramental, de
Cristo que contemplamos dejándonos inundar de su amor, adoramos con culto
reverente y agradecemos como don y entrega salvadora.
La Eucaristía no es sólo presencia real de Cristo, es también llamada,
invitación: “Tomad, comed. Tomad, bebed”, porque no es únicamente un realidad a
adorar y agradecer, sino una comida a compartir que nos transforma, gracia al
amor de quien se da, para que aprendamos a vivir dándonos también por amor. Es
gozo y alegría. “Dichoso los llamado a la Cena del Señor”, dice el sacerdote
mientras muestra a la asamblea el pan eucarístico antes de comenzar la
distribución. Dichosos porque comulgar ha de ser para el cristiano el gesto más
importante y central de su vida si se hace con toda su expresividad y dinamismo
superando la costumbre y la rutina.
La comida eucarística no es sólo para “alimentarse”, ser yo bueno, ser mejor,
sino también para sentirse, de verdad, unido a todos los que comparten el mismo
pan sentados en torno a la misma mesa y abiertos a todos los que puedan venir.
Es comunión con Cristo y con los hermanos. Comulgar no es “hacer algo”, sino
“encontrase con alguien”, con Cristo que sale a nuestro encuentro esperando le
acojamos con atención consciente, entrega confiada y amor, ya que las personas
que se encuentran establecen un diálogo confiado y una comunicación amistosa y
cordial. Lo más importante en la comunión es el diálogo entre Cristo y el
creyente que busca la presencia de la persona amada y la relación fraternal y
comprometida con los que han “comido” juntos inquietos porque faltan algunos a
la mesa.
Comulgando con esta fe descubriremos que el mandato de Jesús: “Haced esto en
memoria mía” no es solo para repetir lo que El hizo en la Última Cena haciéndolo
presente entre nosotros, sino para que nosotros vayamos adquiriendo ese misma
actitud de entrega y donación a favor de los demás, colaborando así a quitar el
pecado del mundo fruto de un egoísmo despiadado. Toda la Comunidad, congregada
entorno al altar, celebrando el misterio pascual de Cristo, ha de entrar en este
dinamismo de entrega porque la Eucaristía no está para “satisfacer” unas
necesidades espirituales, sino para que, sin olvidar esto, “la Iglesia sea un
recinto de verdad, de amor, de justicia y de paz, para que todos en ella
encuentren un motivo para seguir esperando” (P.E. V/b).
En la celebración de la Eucaristía tenemos la gran ocasión de renovar nuestro
ser cristiano de ser “sal de la tierra y luz del mundo” (Mt 5, 13-14), mediante
la vivencia y el compromiso del mandato de Jesús, sabiendo que somos aquellos en
quienes Dios ha puesto su amor, su complacencia. A Dios “le parecemos bien”, “le
caemos bien” no porque lo hayamos ganado a base de esfuerzo, sino porque “Dios
es amor” (1Jn 4,8), es decir, que no puede remediar querernos, como no puede
remediar el sol dar luz y calor, ni las entrañas de una madre dejar de
enternecerse ante su hijo. La Eucaristía refrenda ese amor desbordante de Dios.