XXIV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
San Marcos 8, 27-35: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”Autor: Padre Joaquín Obando Carvajal
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”
La pregunta la hizo Jesús a sus discípulos, a los suyos, que llevaban ya un
tiempo largo con Él, y habían sido testigos de su buen hacer y habían escuchado
sus palabras, mensaje de salvación.
Sabemos que Pedro respondió correctamente inspirado por Dios. De los demás no
conocemos la respuesta.
¿Cuál sería nuestra respuesta? Es bueno que cada uno, con sinceridad, la tenga
presente. Es una manera de conocer el nivel y la verdad de nuestra fe.
Acostumbrados, desde niños, a oír hablar de Jesús, a rezarle, conocer el
evangelio, es posible que Jesús no haya calado profundamente en la vida como
cristianos, y la respuesta a la pregunta no sea muy acertada. Porque la fe
cristiana no es creer en algo, sino en Alguien. No es saber unas verdades, el
credo, y aceptarlas sin saber qué significan en la vida. La fe es encontrarse
con la persona de Jesús, y descubrir, por experiencia personal, que puede
responder a nuestras preguntas decisivas, a nuestros anhelos más profundos y a
nuestras necesidades más significativas.
Hay cristianos que ponen sumo interés en conservar la fe como un depósito de
doctrina que hay que defender del asalto de nuevas ideologías o corrientes que
resultan más atractivas. Observar unas prácticas religiosas de siempre sin
descubrir el sentido profundo que encierran y el compromiso de orientar la vida
según el plan y la voluntad de Dios.
Lo más importante, como cristianos, es preocuparnos por un conocimiento
vivencial de la persona de Jesús para que, seducidos por Él, reavivemos nuestra
adhesión profunda a su persona, fuerza regeneradora de una vida nueva pudiendo
contagiar hoy su espíritu y su visión de la vida.
Desde esta actitud es de donde podemos entender el significado y valor de su
entrega. Pedro se escandalizó cuando Jesús habló, sin tapujos, de su pasión.
Entenderíamos, también, la exigencia del verdadero seguimiento: “El que quiera
venirse conmigo, que se niegue a sí mismo”. Palabras difíciles de comprender
desde una fe superficial y rutinaria, porque lo importante y lo que nos preocupa
es disfrutar de la vida, gozar de todo placer, poseer siempre más y no perdernos
nada que nos apetezca.
La invitación de Jesús no es para fastidiarse e ir contra corriente. Es entender
la vida en término de entrega y no de posesión; vivir el amor y la solidaridad y
no el egoísmo y la competencia. Quien sepa “perder” dinero, tiempo, comodidad,
prestigio por vivir siguiendo el camino trazado por Jesús, salvará su vida, es
decir, vivirá una vida con sentido, con gozo y plenitud, porque su existencia
está alimentada del amor, la sencillez y la autenticidad.
El planteamiento de Jesús puede parecernos desconcertante porque nuestra fe no
está cimentada en una adhesión a su persona. Por el camino del goce y del placer
no llegaremos a la felicidad, vamos perdiendo la capacidad de amar y crear vida.
El dominio de sí mismo, la austeridad y el sacrificio nos ayudarán a renunciar a
nuestros placeres para descubrir el placer de vivir amando de manera gratuita y
desinteresada como Jesús en quien decimos creer.